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18.3.09

¿Acostumbrarse a ser minoría?

Cuelgo por aquí la columna de hoy del Prof. Efrén Rivera Ramos en el periódico El Nuevo Día:

18-MARZO-2009 

EFRÉN RIVERA RAMOS

¿Acostumbrarse a ser minoría?

 Llegué poco después de la hora señalada para la audiencia. No iba como ponente, sino en plan de apoyo a la institución a la que he pertenecido por más de treinta años. Me dirigí al salón pautado sólo para encontrar un aviso que advertía del cambio de lugar.

 La vista pública se celebraría en el Edificio Luis A. Ferré, una estructura dedicada al estacionamiento de automóviles, aunque también alberga algunos salones que se utilizan para otros propósitos legislativos. En la entrada, un policía me dirigió amablemente al piso del nuevo salón designado. Al terminar de subir la escalera que conducía al área indicada, me topé con una escena que no esperaba. Decenas de colegas abogados y abogadas, a muchos de los cuales conocía personalmente, se apiñaban como podían en el estrecho pasillo que terminaba en la puerta del salón de audiencias.

 No se hicieron esperar las explicaciones ante mi mirada incrédula. “No podemos entrar”. “El salón es muy pequeño. No cabemos”. “No quieren cambiar la vista a un lugar más amplio”. “¡Es una barbaridad!”, acotó con enojo una colega. “¡Un insulto!”, añadió otro con igual encono.

 La indignación saturaba el ambiente. Se mezclaba con las sonrisas irónicas de quienes, curtidos de muchas luchas, dentro y fuera de los tribunales, sabían reconocer el atropello a primera vista.

 Habíamos ido a mostrar solidaridad con el Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico y a acompañar a su presidente en su comparecencia ante la comisión cameral que maneja la propuesta de eliminar la colegiación compulsoria de este grupo de profesionales. Todos sabíamos que ello equivaldría a borrar de un plumazo esa institución más que centenaria.

 La bocina, que como gracia del poder, se colocó en el pasillo para que oyéramos la ponencia del presidente Arturo Hernández y lo que transcurriría en la vista, logró producir un silencio elocuente mientras aquél hablaba. Se cerró el silencio con un aplauso prolongado cuando el presidente del Colegio concluyó su defensa contundente de los valores, principios y propósitos públicos que encarna la colegiación de los abogados y abogadas.

 Luego vino el intercambio de preguntas y respuestas. Me llamó la atención el tono estridente con que, desde la mesa, se regañaba a diestra y siniestra a los ex-jueces, ex-presidentes del Colegio y demás asistentes al acto. Pensaba que el recato conduciría a que se recibiera el testimonio del Colegio al menos con apertura aparente, sin exhibir la clara intención de comunicar que su eliminación debía darse como un hecho consumado. Tuve la impresión de que la argumentación, que debería ser signo y señal del proceso democrático, se estrellaría contra el ejercicio rudo del poder.

 Salí de aquel pasillo atestado antes de que concluyera la vista. Debía cumplir otros compromisos. Mientras me alejaba no podía dejar de pensar en varios desarrollos recientes. El ataque a la universidad pública. La visita intempestiva de legisladores a sus predios. La reducción importante de su presupuesto. La intención de aumentar sustancialmente el número de miembros de su cuerpo rector. El propósito de imponerle una secuencia curricular desde la Legislatura. El plan que facilitará el desmantelamiento del estado puertorriqueño según lo conocemos. La premura con que se nombraron los jueces del Tribunal Supremo.

 Al llegar a mi destino me enteré de un incidente que no presencié, que parece haber pasado desapercibido. Dos representantes del Consejo de Estudiantes de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico se aprestaban a entrar al edificio en el que se celebraba la vista sobre la colegiación compulsoria de los abogados y abogadas. Querían entregar una resolución sobre el particular. Al preguntar dónde deberían dirigirse, no tuvieron la misma suerte que yo. En vez del policía amable que daba instrucciones corteses, se dieron con un empleado no identificado de la Cámara de Representantes quien, al enterarse de su propósito, les llamó “terroristas” y les advirtió que debían “acostumbrarse a ser minoría”.

 Con el poder habían topado.