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4.6.11

Sospechar de la Democracia (Guillermo Rebollo Gil).

Compartimos por aquí una reflexión de Guillermo Rebollo Gil hecha como parte del curso Derecho y Democracia ofrecido este semestre en la Escuela de Derecho de la UPR y que acaba de culminar. Gracias a Guillermo por permitirnos compartir su reflexión en este blog.

Sospechar de la Democracia, Posiblemente
Guillermo Rebollo Gil

La democracia no se presume, se sospecha—y se sospecha de ella. O más bien, se sospecha de la manera en que el término es utilizado por nuestros representantes electos, cuando su articulación impone un cese al diálogo y al debate público. Y por qué no, al reflexionar sobre la idea de la democracia y sus posibilidades, ponderar brevemente el efecto silenciador de la palabra “democracia” en boca de nuestros gobernantes, cuando estos son llamados a responder a cuestionamientos de determinados sectores sociales que entienden que sus reclamos no están siendo debidamente atendidos.  En estos contextos—frecuentemente ante el aviso o en medio de, protestas, pugnas huelgarias etc.—la palabra es utilizada principalmente como límite impuesto a la agencia colectiva de sectores minoritarios en busca de conductos y espacios viables (aunque no necesariamente tradicionales) de expresión y protesta. Generalmente, la misma es enunciada como referencia a un supuesto entendido social, a todas luces casi impronunciable, que deslegitimiza al instante tanto el discurso como la posición del grupo reclamante. Se desconoce del grupo, sus pedidos o demandas y sobretodo de sus maneras de comunicarlas porque  “desde luego, vivimos en una democracia” o “a fin de cuentas, esto es una democracia.” El término aquí opera entonces como una negación casi originaria de cualquier gestión o evento de índole político que no se atenga a los procesos formales o institucionalmente reconocidos. Es precisamente estas aseveraciones del “vivir en” y de “ser” democracia de las cuales, desde luego y a fin de cuentas, debemos sospechar en tanto las mismas afirman la existencia de límites para la acción y el apalabramiento de miembros particulares de la comunidad política, sin antes explicitar el carácter o contenido de esa vida o ese ser que se constriñe y los excluye.

Y sin embargo, la promesa de la democracia—entendida aquí como el autogobierno del pueblo en condiciones de igualdad, justicia y libertad[1]—se adhiere a los términos propios de la vida en comunidad y el ser (para y desde los otros con quienes se comparte el espacio público). Lo cierto es que la democracia no puede ser desligada—por boca de nadie—de su propuesta para una mejor convivencia de todas las partes constituyentes de un cuerpo político. Por tanto, el mero intento de un gobernante de censurar y/o despachar una acción concertada de un grupo que lo emplaza y le reclama, mediante la breve y llana alusión a lo que “se entiende” por democracia, de por sí cae fuera de su marco legítimo de acción. Esto debido a que no le toca a él formular (o intuir) el qué de la democracia, sino que él en su función representativa se debe a ese conjunto de entendidos cambiantes y conflictivos que pueden surgir de la comunidad; a lo que sea que la comunidad política o un sector de ella manifiesta que podría ser la democracia bajo determinadas circunstancias. De aquí que De Sousa Santos conceptualice el movimiento democrático como una forma socio-histórica, eminentemente contextual[2]. Lo que implica  que el contenido de su promesa (y del cuerpo político que la adopta y la persigue) no se define por sus posibles límites sino por la capacidad de forzar y romper aquellos límites pre-existentes en las sociedades que se conciben a sí mismas como democráticas.


Nuestra responsabilidad compartida como miembros de tales sociedades es entonces sospechar que los reclamos y demandas que pueden surgir de la multiplicidad de grupos—por más antagónicos, minoritarios y/o riesgosos que parezcan—pueden en efecto, proponer  en el fondo o en la superficie una visión realmente posible (y más justa) de la democracia, y por tanto deben ser atendidos como tales. Es esa apertura a la sospecha la que quizás mejor define lo que desde luego será vivir en una democracia y lo que a final de cuentas implicaría ser parte de una comunidad en cumplimiento paulatino con dicha promesa. Esta sospecha tampoco se puede presumir, sino que depende de la disposición a activar y/o  responder críticamente a la activación del diálogo y debate público por parte de otros. Visto de esta forma, se podría hablar de una ética de la sospecha o la desconfianza[3]—entendida aquí como la voluntad de desconfiar que la democracia tal y como es vivida en tiempo presente es la articulación más precisa, completa y acertada de ese ideal.

Proponemos que la actitud o voluntad democrática comienza con esta desconfianza ante cualquier alegación—por boca de quién sea— de la existencia de un entendido social acerca del qué de la democracia actual, y pasa a preguntar qué más de la democracia ahora. Es decir, la sospecha viene a convertirse en expectativa: la expectativa de que aún quedan límites en nuestras sociedades por forzar y romper; sobretodo en lo relativo a la inclusión de comunidades minoritarias y extranjeros, espacios de deliberación y debate, atención y tolerancia a manifestaciones de quejas o agravios políticos. Enunciar la palabra democracia, desde esta perspectiva, es activar su espíritu de demasía política. Afirmar que el contenido de su promesa jamás será definido en su totalidad por boca de nadie, ni se conformará a los patrones de articulación de ningún hablante particular al punto de asumir una forma y un tono tradicional, y/o fácilmente reconocido. Al contrario, decir democracia, desde aquí,  es confiar  en y apostar a, que la misma puede ser articulada y re-articulada continuamente en boca de quien necesite de ella, sonando cada vez más diferente; nueva; antagónica; y a fin de cuentas, inevitablemente posible.




[1] R. Dworkin, Is Democracy Posible Here?: Principles for a New Political Debate (Princeton, NJ, 2008).
[2] B. de Sousa Santos y L.Avritzer,  “Opening up the Canon of Democracy”, en de Sousa Santos (ed), Democratizing Democracy: Beyond the Liberal Democratic Canon (Brooklyn, NY ,2007), pág. xliii.
[3] J. Derrida y E. Roudinesco Y Mañana qué… (México, DF, 2009).