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4.4.15

Deshacer el Demos (en la Revista 80grados)

Comparto mi más reciente contribución en la Revista 80grados.



Deshacer el Demos: la muerte del sujeto político-jurídico en el reino del sujeto económico[1]
Érika Fontánez Torres 

Dos asuntos llamaron mi atención a partir del mensaje del gobernador Alejandro García Padilla[2] sobre la reforma (o, como le llama el gobierno, la “transformación”) contributiva. Por supuesto, hay mucho más en la agenda que se ha discutido y es importante discutir. No obstante, decía, hay dos asuntos que me interesa destacar. El primero tiene que ver con el señalamiento del Gobernador sobre el entendido que nutre la nueva política contributiva:   los individuos contribuyen no a partir de su identidad como trabajadores sino en tanto consumidores.  El segundo elemento que me interesa destacar es relacionado pero no surge a partir del anuncio del gobierno sino a partir de la reacción a este. Se trata precisamente de una reacción en tanto individuos-consumidores y no en tanto ciudadanos o sujetos políticos. El caso de la forma que asume la reacción al impuesto sobre la educación es el ejemplo que me interesa destacar.

Estos dos elementos, lejos de verse por separado, van de la mano en tanto ambos son muestra de la transformación que ha sufrido la esfera política y la razón de Estado: el gobierno ya no se posiciona frente a ciudadanos a los que tiene que rendir cuentas en tanto son los que le han delegado poder, sino que administra una corporación integrada por individuos-consumidores en una sociedad de mercado. De la misma forma, los individuos se ubican frente al Estado en tanto consumidores-compradores y su reacción mayormente toma la forma de un reclamo para que se les permita ser consumidores de acuerdo con los parámetros que dicta el mercado. Así, por ejemplo, el anuncio del Gobernador respecto a la imposición de un impuesto al consumo provoca no ya un reclamo hacia el Estado respecto al pacto o contrato social incumplido (o como mínimo una rendición de cuentas), sino respecto a cómo su acción gubernativa afecta la capacidad de consumir, independientemente lo que se consume. En el caso de la educación, por ejemplo, lo que está en discusión -a partir de una reacción en tanto consumidores- no es que seamos consumidores-compradores de educación sino todo lo contrario, se cuestiona el que con el impuesto corremos el riesgo de no serlo.  

Visto así, el sujeto-ciudadano político, perteneciente a un espacio que puede conceptualizarse como “mundo común”, “sociedad”, “pueblo”, “polis” o “estado-nación”, es desplazado por el sujeto construido por los parámetros de la racionalidad neoliberal: todos somos ante todo consumidores. Somos en todo caso clientes. Este desplazamiento no solo remueve otros entendidos sino que dicta las pautas, los límites y las racionalidades de la discusión a partir de una lógica particular. De ahí que, por ejemplo, en lugar de discutir y debatir cuáles criterios serían más justos e igualitarios para la distribución de la contribución de cada cual al pote común o qué partidas de recaudos se utilizarían para determinados propósitos y prioridades, la discusión gira sobre el porciento de impuesto que tendrá lo que compramos, sin importar si eso que compramos (salud, educación, transportación, educación universitaria) debería ser un ‘bien’ de consumo más y en tanto eso estar sujeto a la capacidad de pago de cada cual y su disponibilidad y calidad de acuerdo con la dinámica de oferta y demanda.

Pero, además, la lógica del consumidor pretende borrar de la superficie las circunstancias de desigualdad subyacentes al acceder al mercado. Parecería decir esa lógica que todos accedemos (o podemos acceder) en igualdad de condiciones a los bienes que compramos y por tanto, los elementos de calidad y necesidad están ausentes de la razón de Estado. Así, en la esfera política somos meros sujetos que con capacidad de auto administrarnos, autonomía de la voluntad y de acuerdo con el principio de libertad contractual, seleccionamos “libremente” la compra de educación, salud, vivienda, seguridad, ciudad, entre otros.

Por otra parte, en la lógica del sujeto consumidor es mucho más difícil plantear un reclamo sustantivo de justicia que no sea lo que sea aquello que se ha determinado ‘naturalmente’ que es lo ‘justo en el mercado’. Después de todo, todos somos consumidores ‘en igualdad de condiciones’ según la lógica del mercado. Esto es así pues el mercado no discrimina respecto a identidad nacional, de género, preferencia partidista o de clase. ¡¿Quién lo duda?! Todos y todas –si contamos con la capacidad de pago, y eso por supuesto, no es bajo esta lógica sino un criterio individual- podemos acceder a la mejor educación, a la urbanización de mayor seguridad, al mejor y más eficiente vehículo, al mejor tratamiento médico. Así que como consumidores somos todos iguales ante el Estado-Mercado.

Pero esa respuesta no solo proviene en formato gubernamental sino que la lógica -en tanto estructural- delimita la reacción de la ciudadanía a una precisamente a partir de su identidad de consumidora. El reclamo toma la forma de exigencia consumista, nos ubicamos como clientes que reclamamos al Estado poder seguir consumiendo, comprando aquello que en principio no pretendía formar parte de un bien de consumo el cual cada cual se procurase de acuerdo con su poder adquisitivo.  La Constitución bien podría garantizar un derecho ciudadano amplio a la educación primaria y a la salud y, sin embargo, dadas las circunstancias en las que ambos asuntos se han transformado a bienes de consumo que cada cual se procura, no hay ciudadano o ciudadana que lo exija pues en cambio está exigiendo poder comprarlo al precio que dicte el mercado y de acuerdo con lo que dicte mi capacidad de pago. Valga señalar que no hay que confundir este reclamo con lo que sería uno sobre el derecho a ‘escoger’ las circunstancias de educación de mis hijos e hijas puesto que si se mira de cerca, sabremos que la libertad contractual de quienes compran educación es de pura adhesión de acuerdo con lo que las circunstancias permitan pagar y no necesariamente a raíz de lo que realmente ofrecería el tipo de educación de calidad que se busca.  A esto, por supuesto, subyace un sistema público de educación echado a pérdida desde el punto de vista educativo, el cual, por supuesto, se deja para aquellos y aquellas que el mercado excluye por falta de capacidad de pago, que como bien me señalaba un colega, son aquellos sectores considerados ‘excedentes’. Ese derecho, después de todo, es solo operacional para los y las que no pueden participar como consumidores pero que tampoco se tratan como ciudadanos en tanto la educación que se le ofrece es “lo que queda”. Así, tenemos una ciudadanía que exige pagar por el derecho a la educación, que se conforma con la salud como un negocio, que acepta el dictado de las aseguradoras de salud y reclama ser consumidor en lugar de ciudadano con derechos.[3]

Por supuesto, el estado de cosas antes del anuncio de la reforma contributiva dictó las pautas estructuralmente para esta reacción. El señalamiento que hago no tiene la pretensión de condena sino que busca propiciar una reflexión sobre la transformación de la lógica del debate en esta reacción. Hace tiempo dejamos de ser ciudadanos con derecho a una educación de calidad, a la salud, al acceso a un sistema de justicia, a la ciudad, a un sistema eficiente de transportación pública.  Se dirá que nunca antes lo fuimos pero el punto no es aquí tener un marco de comparación con el pasado sino distinguir las narrativas que potenciaban una discusión sobre estos asuntos en otros términos. Nuevamente, de lo que se trata es de que se ha normalizado la idea de un no-referente distinto a aquel  de clientes y consumidores de estos bienes en el mercado, bienes y servicios a los que la única forma de acceder es mediante la gestión individual-privada, es decir, mediante su compra de acuerdo con los parámetros establecidos por las dinámicas de mercado. Así que hace tiempo la máxima que opera es a cada cual de acuerdo con su capacidad de pago. De ahí que los entendidos sobre los sujetos políticos que sean capaces de cuestionar la lógica del mercado sobre la cual opera la política sean los entendidos de clientes y consumidores en lugar de sujetos políticos que buscan transformar su mundo de vida más allá de sus intereses individuales en tanto sujetos del capital.

Me parece que estos ejemplos son una muestra de lo que tanto Michel Foucault como más recientemente Wendy Brown han descrito como la transformación del sujeto político al sujeto económico: del homo politicus al homo economicus. Ya no es secreto que el mundo contemporáneo está sufriendo de una especie de colonización epistémica por parte de las racionalidades, conceptos y dispositivos de las lógicas del mercado. No me refiero al poder de las corporaciones en el mundo globalizado sino a la instalación de la lógica neoliberal en los diferentes confines de la vida cotidiana. Se trata de cómo las lógicas y racionalidades del neoliberalismo han provocado la desaparición o privatización de lo político, como señaló en su momento Hannah Arendt. La lógica avasalladora del mercado se manifiesta en las formas en que conceptualizamos las controversias, en los temas y propuestas de la vida diaria, en la transformación de las universidades y del mundo académico e incluso en las formas en que académicos, expertos e intelectuales abordan los debates en y fuera de la esfera pública. El Derecho, por su parte, como campo sistémico, no está exento de este fenómeno.

Como señalé, las formas torcidas y hasta perversas que ha tomado la discusión de la reforma contributiva en la ciudadanía y el estudiantado se han visto obligados a participar en el espacio público en defensa de un mercado que no solo los ahoga, sino que dicta las pautas de perpetuación del privilegio y crecimiento de la desigualdad, es un ejemplo. Defender “el derecho a comprar” educación a partir de la capacidad de pago, como única opción para proveer una educación de mediana calidad (por decir lo menos), y echando a pérdida lo que sería un derecho constitucional en tanto ciudadanos, por ejemplo, es un indicio de que el lenguaje del mundo liberal se agotó, no se puede ‘traducir’ o, dirán algunas, caducó. Pero no son estos los únicos ejemplos y es de esperarse que tengamos muy pronto muchos más. Las políticas de austeridad, las formas en que se asume la discusión pública respecto a éstas, la impregnación del análisis costo-beneficio en distintas facetas de la vida individual y colectiva, las narrativas en exceso sobre empresarismo, la corporatización de la Universidad pública, entre otros asuntos, son muestra de una transformación profunda a partir de la racionalidad neoliberal que no se limita a lo que antes concebíamos como ‘asuntos económicos’. De hecho, Foucault deja claro en sus conferencias que no se trata meramente de que la economía política dicta el gobierno. Tampoco es meramente el señalamiento de que el principio adoptado por el gobierno es el económico o que solo se escucha a los economistas. Se trata de la normativización del criterio de mercado en todas las facetas del diario vivir, de la administración de la vida propia en tanto ‘recurso’ o ‘capital humano’, algo que si bien se ha señalado desde el marxismo, aparenta tener unas dimensiones que percolan de manera más profunda.

En su más reciente libro, Undoing the Demos: Neoliberalism's Stealth Revolution, Wendy Brown (Brown, 2015),  de la mano de las excelentes conferencias de Foucault[4] sobre el  Homo Economicus (Foucault, 2010a) explica esta transformación avasalladora y revolucionaria a partir de los entendidos y racionalidades del neoliberalismo. Brown,  sintetiza el asunto en tres planteos: (1) el ascenso de la razón neoliberal ha significado un desvanecimiento de la ‘razón de estado’ como la conocíamos hasta ahora; (2) la racionalidad neoliberal ha significado un desplazamiento de las configuraciones del Estado, la sociedad, el sujeto y el ciudadano; (3) la transformación no es meramente una respecto a las políticas institucionales macro o micro económicas (privatización, desregulación), sino que se trata de lo que Foucault llamó “el ascenso de una nueva forma de razón normativa” (Foucault, 2010a, p. 27). Se trata de una racionalidad a través de la cual la métrica del mercado se extiende a todas las dimensiones de la vida humana: política, cultural, social, educativa, pública y privada.  Los términos en que se debate, se delibera, se toman decisiones y se discuten los temas o emiten juicios y opiniones, todos, parten de una métrica particular: (1) el Estado-Nación es una corporación; (2) los ciudadanos son ‘capital humano’; y (3) la actividad humana es una ‘inversión’. Esto incluye, además, un desplazamiento o más bien una restructuración del sujeto de derechos, es decir, el homo juridicus también ha sufrido una transformación.

Los planteamientos y el análisis de Brown en su libro, me parecen vitales para cualquier reflexión sobre los modelos e instituciones liberales que hoy día cuestionamos, y esenciales para cualquier intento de construir nuevas narrativas para darle sentido a la democracia (un sentido que es disputable, por supuesto). Para los y las interesadas en el discurso jurídico y la idea de los derechos, por otro lado, también resulta imprescindible entender muchos de los argumentos que Brown elabora pues entre los planteos que trae está el tema de la transformación de lo que entendemos como ‘Estado de Derecho’ y el hiper pragmatismo y utilitarismo libertario que en gran medida está sustituyendo la idea de los derechos. Mucho más, me parece que este análisis es vital para entender y analizar en lo que hoy día ha desembocado aquello que llamamos la política

Ahora bien, no hay que confundir el análisis de Brown con el argumento de que el capital o las corporaciones dominan al Estado, algo que las corrientes marxistas han señalado por demás. Se trata de algo más. En este sentido, Brown señala:
My argument is not merely that markets and money are corrupting or degrading democracy, that political institutions and outcomes are increasingly dominated by finance and corporate capital, or that democracy is being replaced by plutocracy--rule by and for the rich. Rather, neoliberal reason, ubiquitous today in state craft and the workplace, in jurisprudence, education, culture, and a vast range of quotidian activity, is converting the distinctly political character, meaning, operation of democracy's constituent elements into economic ones. Liberal democratic institutions, practices, and habits may not survive this conversion. Radical democratic dreams may not either. (Brown, 2015, p. 17)

Y es que desde Foucault y sus conferencias, ya puede verse la salvedad de que no se trata meramente de la producción de una teoría racional del mercado sino de cómo el mercado pasó a ser un asunto de la economía a un asunto de práctica gubernamental, de un lugar desde el cual producir veracidad. (Foucault, 2010b, pp. 29–30). Para Foucault se trata de que el mercado constituye el estándar de verdad y ese estándar es ‘natural’, no un estándar de ‘justo precio’, sino de un precio que fluctúa ‘naturalmente’. A partir de ese precio del mercado que fluctúa de manera ‘natural’, se disciernen las prácticas gubernamentales que se consideran correctas de las incorrectas. Es el mercado, acotaba Foucault, el que determina lo que es un buen gobierno y eso nada o poco tiene que ver con un funcionamiento acorde con ‘lo justo’ o la ‘justicia’. Foucault elabora una genealogía para este proceso y más importante, nos llama a preguntarnos cómo fue posible que esta transformación ocurriera.  Es esto lo que intenta hacer Brown en su libro al concretar la discusión en tres ámbitos particularmente en el contexto de los Estados Unidos, que muy bien pueden servirnos para hacer lo propio: la educación superior, la gobernanza y el mundo del derecho.

Su libro comienza con la salvedad de que cualquier intención de teorizar la relación entre democracia y neoliberalismo enfrenta el reto de las ambigüedades y múltiples significados de ambos conceptos.  Sabemos particularmente la cantidad de debates contemporáneos sobre el término democracia y la multiplicada de abordajes para dar cuenta de el imaginario popular del término. Brown nos ofrece un recorrido sobre las formas que han asumido ambos términos; en el caso del concepto democracia, por ejemplo, desde la concepción platónica y de la antigua Grecia hasta abordajes más recientes como el de Jacques Ranciére que desde una distancia crítica a Platón propone mirar el demos no desde quienes lo conforman sino a partir precisamente desde aquellos excluidos, es decir, desde la erupción de “la parte que no es parte” en el cuerpo político. (Ranciere, 2004) A partir, entonces, de un reconocimiento de que el concepto en democracia es un concepto en disputa, Brown propone “liberarlo” de un formato en particular pero a la vez insiste en su importancia y valor en tanto un entendido político de auto-regulación del “pueblo”, quien quiera que sea ese “pueblo”. Así, nos dice Brown, la democracia no solo es oponible a la idea de tiranía y dictadura, al fascismo o al totalitarismo, a la aristocracia, plutocracia o corporatocracia, sino también –y esto es lo novedoso y más importante- la democracia como algo opuesto a un fenómeno contemporáneo en que gobernar se trasmuta a la administración de un orden avasallador de racionalidad neoliberal.

Lo mismo hace con el concepto neoliberalismo.  Para Brown el concepto “neoliberalismo” trata de una forma distintiva de racionalización, de producción de sujetos, una “conducta de las conductas”, un esquema de valoración. Por supuesto, señala, el neoliberalismo nombra un conjunto de respuestas específicas de índole político y económico en contra de las políticas keynesianas y de la social democracia y trata de diversas prácticas en las que se atienden con criterios economicistas distintas esferas y actividades en el proceso de gobernar. Pero no es esto a lo que Brown le dedicará más atención.  La racionalidad neoliberal a la que Brown se refiere tiene que ver con el fenómeno de que tanto las personas como los estados producen y reproducen en su construcción social el modelo neoliberal corporativo: existe ya una expectativa de que tanto las personas como los estados se comporten en formas en que maximicen su “capital” tanto en el presente como en el futuro. Los conceptos “empresarismo”, auto-inversión y la atracción de inversionistas, no son exclusivos del mundo económico y corporativo, sino que la vida cotidiana y el mundo común y político lo ha acogido como la forma de vida. Brown explicita cómo esto se materializa en el mundo contemporáneo, es decir, cómo, según lo señaló Michel Foucault, las coordenadas dejaron de ser las del homo politicus para dar paso al homo economicus:
As both individual and state become projects of management, rather tan rule, as an economic framing and economic ends replace political ones, a range of concerns become subsumed to the Project of capital enhancement, recede altogether, or are radically transformed as they are “economized”. These include justice (and its subelements, such as liberty, equality, fairness), individual  and popular sovereingty, and the rule of law. They also include the knowledge and the cultural orientations relevant to even the modest practices of democratic citizenship.(Brown, 2015, p. 22)

Resaltan los ejemplos concretos en esta discusión, particularmente el ejemplo de cómo la educación superior ha seguido los dictados de la racionalidad del mercado, convirtiéndose en una empresa más en la que los criterios de educación universitaria dejan de ser los académicos para responder a la idea de competitividad y a criterios corporativos que hacen que se genere una privatización desde adentro y sin necesidad de ‘privatizarse’ en el sentido tradicional. El Capítulo 6 está dedicado a este tema. En el caso de la política, el gobierno y la administración pública, Brown nos trae como ejemplo un discurso del Presidente Obama y como a pesar de insistir en políticas de justicia social, su discurso las legitimaba siempre y exclusivamente desde la óptica del mercado. El Capítulo 4 está dedicado a este tema. Finalmente, aborda el tema del sistema legal y la economización de la lógica jurídica, particularmente discute precedentes del Tribunal Supremo de los Estados Unidos que ejemplifican el desplazamiento de la lógica de los derechos o la adaptación de la lógica a los análisis del mundo corporativo. El Capítulo 5 está dedicado al tema del Derecho y  el razonamiento jurídico.

¿Qué elementos destacaría de este acercamiento?. Para fines de quizás contar con una discusión futura sobre estos aspectos, comparto algunos de los asuntos que me parece que Brown destaca de manera prístina.

¿Cómo se ha abordado el tema del neoliberalismo y los problemas que confrontamos a partir de este? Usualmente se entiende por neoliberalismo el ensamblaje de políticas económicas a partir de la idea del libre mercado. Esto incluye, por supuesto, la desregulación, la privatización de bienes y servicio, el remplazo de políticas de impuestos progresivos por regresivos, las políticas de austeridad, entre tantas otras áreas y ejemplos. Los críticos de estas políticas neoliberales, nos detalla Brown usualmente trabajan en una de estas cuatro críticas:
1.     Intensificación de la desigualdad: Se plantea cómo las políticas neoliberales producen la concentración de riqueza en estratos sociales “más altas” y en el 1% de la población, mientras la inmensa mayoría sufre el impacto de estas políticas y empobrece. El gap entre ricos y pobres se recrudece con la paulatina reducción de lo que se conoce como “clase media” o sectores medios. El tema de la desigualdad adquiere atención en esta crítica. Brown identifica en esta instancia a Robert Reich, Paul Krugman y Amartya Sen, entre otros intelectuales y expertos que llaman la atención sobre los niveles de desigualdad que el sistema está produciendo.
2.     Mercantilización anti-ética: Se llama la atención sobre cómo el proceso de comodificación o mercantilización de ciertos bienes y servicios no alcanza límites, produciendo controversias y disyuntivas éticas y consecuencias indeseadas. Así, se ha llamado la atención a la explotación humana, los límites de la comodificación de la educación y el medioambiente, entre otros. Ejemplo de este abordaje son los acercamientos de Debra Satz y de Michael Sandel que han puesto en cuestionamiento los límites morales del mercado (Sandel, 2013; Satz, 2012).
3.     El dominio corporativo sobre el Estado: Este abordaje crítico enfatiza en el tema de cómo el poder corporativo domina las decisiones del gobierno y de política económica. El foco de atención de esta crítica es demostrar la relación al punto de indiferenciación entre el Estado y el Capital. Brown señala a Sheldon Wolin (Wolin, 2010) como un ejemplo de este acercamiento.
4.     La destrucción de la economía: Finalmente, está el punto de vista mayoritariamente acuñado por economistas que señalan que las políticas neoliberales han terminado en una destrucción de la economía (economic havoc), a partir del ascenso avasallador y libertario del capital financiero y sus efectos en el mercado financiero. Aquí se plantea el tema desde la óptica de una crisis del sistema capitalista a partir de la crisis del 2008 en el mercado financiero, las políticas de Wall Street y la burbuja financiera. El enfoque es eminentemente economicista.

Ahora bien, ¿Cómo Wendy Brown enfoca el problema? ¿Hacia qué nos convoca a acercarnos? Si bien su libro reconoce los acercamientos antes expuestos, Brown es enfática en que el problema es mucho más profundo que lo que los anteriores acercamientos puedan ofrecer. Se trata de analizar el neoliberalismo no a partir de una serie de políticas de estado, una fase del capitalismo o una ideología a favor de una clase capitalista, sino a partir de un orden de razonamiento normativo que toma forma a partir de prácticas cotidianas, formulaciones valorativas y una métrica que abarca toda dimensión de la vida humana (Brown, 2015, p. 30).  Y esas prácticas, entendidos y esferas no necesariamente involucran intercambios monetarios pues no se circunscriben al mundo del intercambio de bienes y servicios. De la mano de Foucault, Brown nos describe el alcance de la lógica neoliberal:
[W]e may (and neoliberalism interpellates us as subjects who do) think and act like contemporary market subjects where monetary wealth generation is not the immediate issue, for example, un approaching one’s education, health fitness, family life, or neighborhood. To speak of the relentless and ubiquitous economization of all features of life by neoliberalism literally marketizes all spheres, even as such marketization is certainly one important effect of neoliberalism. Rather, the point is that neoliberal rationality disseminates the model of the market to all domains and activities –even when money is not an issue –and configures human beings exhaustively as market actors, always, only, and everywhere as homo economicus.

¿En qué forma el neoliberalismo construye sujetos?, se pregunta Brown. Habría que distinguir qué tipo de sujetos y en qué instancias se materializa esta construcción. Brown acota que tanto Carl Schmitt, como Hannah Arendt y Claude Lefort llamaron la atención a las mercantilización del Estado, de lo político y de la sociedad, pero aún así, ella vislumbra algo distinto en las formas que asume la “economización” neoliberal de la actualidad y señala tres aspectos a considerar. Primero, en contraposición con el liberalismo económico clásico, dice Brown, nosotros somos en todos los sentidos sujetos económicos, somos homo economicus. ¿Y quién es el homo economicus? Foucault responde: “es el sujeto que persigue su propio interés y cuyo interés es tal que (se presume) que converge espontáneamente con el de los demás. Es la persona que debe dejarse a solas”. (Foucault, 2010a, p. 270) Pero para Foucault el homo economicus no es meramente la contraparte del gobierno, no es el ‘individuo’ vis a vis el Estado. El homo economicus es, a partir del Siglo XVIII, su ‘partner’, una especie de sujeto cuya subjetividad  permite una nueva razón gubernamental, es la razón misma de la ‘frugalidad del gobierno’.

Se trata para Brown de uno de los elementos más subversivos del neoliberalismo. Adam Smith, Ricardo y otros dedicaron su vida al tema de la relación de lo económico con la vida política pero nunca, nos dice Brown redujeron la vida política a lo económico, mucho menos imaginaron que lo económico absorbiera otros aspectos de la existencia en “sus propios términos y métricas” (Brown, 2015, p. 33). En segundo lugar, el homo economicus toma forma de capital humano en el que el sujeto se auto administra como capital posicionándose competitivamente como un valor en el mercado en lugar de un sujeto de intercambios e intereses. Este segundo aspecto, dice Brown, distingue los acercamientos de Marx, Polanyi y  Bentham, por ejemplo. En tercer lugar, el modelo de capital humano ubica al sujeto  en tanto preocupado con potenciar su competitividad en todos los dominios de la vida y actividad, que no se circunscriben a los intercambios monetarios sino que incluye la educación, la capacitación en áreas del saber, el ocio, la reproducción, es decir, las decisiones en general y las prácticas cotidianas se relacionan con “el valor en el mercado”. El sujeto actúa a partir de un auto-empresarismo: “as neoliberal rationality remakes the human being as human capital, an earlier rendering of homo oesconomicus as an interest maximizer gives way to a formulation of the subject as both a member of a firm and as itself a firm, and in both cases as appropriately conducted by governance practices appropriate to firms.” (Brown, 2015, p. 34).

Es a partir de lo anterior que el argumento del libro de Brown pasa por diferentes aspectos de la vida del demos: la educación, el derecho y la gobernanza. Luego de retomar las conferencias de Foucault, Brown diserta sobre cómo el mundo contemporáneo ha transformado los principios de democracia, política y justicia al idioma economicista, vaciando de contenido aquello que alguna vez disputamos como los contenidos de la ciudadanía democrática o la soberanía popular.  Así, el impacto avasallador del neoliberalismo ha sido el desvanecimiento de la ya entonces anémica concepción del homo politicus, con las consecuencias que esto tiene para las instituciones e imaginarios que –aunque siempre disputados- nos ofrecía el mundo de la democracia liberal. Pero no termina ahí, no se trata nada más de la destrucción de los entendidos sobre el demos, la política y el Derecho sino que, como bien señalaba Foucault, toda nueva racionalidad política no solo deshace la anterior sino que crea una nueva y esta ha sustituido la anterior con “nuevos sujetos, nuevas conductas, relaciones y mundos”. (Brown, 2015, p. 36). Todo se mira desde la comodificación, es decir, desde la mercantilización, de ahí que no seamos ciudadanos sino “capital humano”, no ciudadanos sino consumidores, no sujetos políticos sino dueños de capital, no estudiantes sino clientes; no somos profesoras sino contratistas, no somos sino recursos humanos en todas las facetas de nuestra vida: “human capital’s constant and ubiquitious aim, whether studying, interning, working, planning retirement, or reinventig itself in a new life, is to entrepreneuralize its endeavors, appreciate its value, and increase its rating or ranking. In this, it mirrors the mandate for contemporary firms, countries, academic departments or journals, universities, media or websites: entrepreneuralize, enhance competitive positioning and value, maximize ratings or rankings”. (Brown, 2015, p. 36)

¿Qué implicaciones tiene esta transformación en la lógica del mundo “común”?
Primero, somos ‘capital humano’ no solo para sí mismos, explica Brown, sino también somos capital humano en todo y para todo aquel espacio o institución a la que pertenecemos. La lógica de ser ‘capital humano’ permea la forma en que nos y se nos conceptualiza en el Estado, en la comunidad internacional, en el lugar en que trabajamos, en la escuela, en la Universidad, en la ‘comunidad’. Por lo tanto, en todas estas instancias, la competitividad es la razón de ser y competitivos al fin, la lógica es de suma cero, todos contra todos y cada cual compite para asegurar su sobrevivencia o perece. Como bien señala Brown, el sujeto moral kantiano ha sido desplazado: nada de fin en sí mismo, somos un medio; cada cuál a cargo de sí, responsable de sí mismo y se convierte en un sujeto instrumentalizable por la suma del resto.  Una democracia compuesta de capital humano es pues, la suma de ganadores y perdedores y no los sujetos políticos que viven a partir de un contrato social. La lógica de igual trato e igual protección, queda, además desplazada. (Brown, 2015, p. 38). Asimismo, donde todo es capital, lo laboral desaparece como categoría y los parámetros de análisis basados en clase, alienación, explotación y asociación entre trabajadores también. Se deshace la lógica del trabajo para dar paso a la otra, de forma tal que se de pie a la desregulación de las protecciones laborales, los derechos como pensiones y seguridad en el empleo y otras protecciones basadas en una lógica de ciudadanía. Finalmente, el homo economicus como sujeto único del mundo de vida y del espacio político, hace desvanecer la idea del interés público, de lo común, de la pertenencia al demos o al ‘pueblo’ soberano: “as neoliberalism wages war on public goods and the very idea of a public, including citizenship beyond membership, it dramatically thins public life without killing politics”. (Brown, 2015, p. 39).

El Estado privatizado y la transformación de la lógica jurídica
En este escenario, el Estado está privatizado y la lógica de su operación es la racionalidad del mercado. Siguiendo a Foucault, se trata de un modelo en que el Estado es un mero administrador como el de una firma o corporación y el efecto (esto es importante entenderlo para cualquier actuación contra hegemónica), no es simplemente que el Estado se ha achicado o está ‘manos afuera’ en detrimento del ‘patrimonio público’. Lo más perverso de este proceso es la transformación conceptual y práctica que esto implica: aquellos entendidos –aunque siempre cuestionados- sobre lo democrático, lo igualitario la libertad y la soberanía han cambiado y han pasado del registro de la lógica política al registro de la lógica mercantil.

Finalmente, como parte de su abordaje a la transformación de homo politicus al homo juridicus, Foucault señala cómo el homo juridicus también sufrió una transformación. El cambio se hace patente en el derecho público. El problema fundamental del derecho público ya no es la fundación de la soberanía, las condiciones de legitimidad de la soberanía o las condiciones bajo las cuales los derechos del soberano pueden ejercerse legítimamente. Estos eran asuntos primordialmente de los Siglos XVII y XVIII.  La nueva racionalidad desata un gobierno de la frugalidad, cuya paradoja estriba en una práctica gubernamental intensa y extensiva pero a la vez frugal. (Foucault, 2010a, p. 28) Se trata de un funcionamiento gubernamental cuyo objetivo es gobernar con la menor intervención y el lugar de producción de la verdad en la ‘razón de estado’ ya no está en la regulación sino precisamente en la justificación de no regular: “This site of truth is not in the heads of economists, of course, but is the market”. (Foucault, 2010a, p. 30) Y ¿cómo crea el Estado un cuerpo normativo que garantice el ejercicio del poder a través de la no-intervención? ¿Cómo lograr un andamiaje gubernamental frugal que exista pero no regule? A través del derecho privado, diría yo. Es precisamente el fenómeno que estamos viendo de países soberanos o estados cuyo derecho público se hace irrelevante al ser demandados por falta de pago, incumplimiento de contrato, quiebras, todos escenarios del derecho privado.  El derecho publico, el del gobierno frugal se da a través de su no-lugar, ocupado a su vez por el derecho privado donde los parámetros son los de libertad contractual, el pacta sunt servanda, los acreedores y los deudores. Es a partir de la lógica del derecho privado que los estados modernos operan. Desde ahí su frugalidad.

Como señalamos, es el mercado el que nos condiciona para discernir entre un buen o mal gobierno, una buena o mala política pública, sobre qué prácticas son correctas o incorrectas: “the market is a site of verediction”. (Foucault, 2010a, p. 32) En tanto eso, el criterio de los derechos, del sujeto kantiano o de los derechos fundamentales, cede hacia una configuración jurídica que adopta el marco del balance costo-beneficio. En ese escenario, desde la Teoría del Derecho, por ejemplo, puede explicarse el éxito y el entusiasmo con cierto pragmatismo jurídico y las corrientes jurídicas del Law and Economics (Véase Posner, 2014).

Es así como la transformación va de un homo juridicus a un homo economicus. El sujeto jurídico es el que le dice al Estado, al fundador del derecho positivo de acuerdo con los principios del derecho natural: “Estos son tus límites porque yo tengo derechos y estos son intocables. No puedes hacer esto porque te he confiado mis derechos y no puedes permitir que otros a su vez los trastoquen”. El mundo de la economía de alguna manera está limitado por el mundo que se crea a partir del sujeto de derechos. Pero el homo economicus que desplaza al jurídico, ya no precisa decir esto, es más ya no lo dice. Ahora el sujeto del mercado es quien dice: “No debes hacer esto porque no puedes hacerlo y no debes hacerlo porque no sabes el cómo, no puedes saber el cómo”. El cómo, por supuesto, lo dicta el mercado. Es, como señala Foucault, un reto distinto a la lógica política tradicional del soberano como límite del Estado:
But homo economicus is not satisfied with limiting the sovereign’s power; to a certain extent, he strips the sovereign of power. Is power removed in the name of a right that the sovereign must not touch? No, that’s not what’s involved. Homo economicus strips the sovereign power inasmuch as he reveals an essential, fundamental, an major incapacity to govern, that is to say, an inability to master the totality of economic field as a whole. The whole set of economic process cannot fail to elude a would-be central, totalizing bird’s-eye view…..I think the emergence of the notion of homo economicus represents a sort of political challenge to the traditional, juridical conception, whether absolutist or not, of the sovereign. (Foucault, 2010a, p. 292)

En resumen, la teoría jurídica delas instituciones del liberalismo no puede lidiar con una soberanía distinta, la de los sujetos que no son individuos o ciudadanos frente al Estado sino que son capital humano, los nuevos sujetos de la economía o mejor dicho, del mercado. (Foucault, 2010a, p. 294) Esto en tanto la teoría jurídica del sujeto de derechos, del sujeto que delega al soberano sus derechos, no cuadra con la lógica de un Estado que es meramente administrador de una corporación, en la que la justicia no es el criterio sino lo que ‘naturalmente’ sea el justo valor.  Recordemos los tres aspectos de la ecuación: el Estado es una corporación, los ciudadanos son capital humano, la actividad humana es una inversión.

¿Qué queda entonces de la política? Queda lo tóxico, nos dice Brown. No hay vida ni criterio de lo público o lo común pero eso no significa que no queda una esfera política en la que se disputa el poder, el control de los ‘recursos’, las futuras trayectorias. Se trata de una esfera vacía de entendidos que no sean los de la lógica del capital humano, la mercantilización, la disputa del expertise económico, la comodificación de lo público. Se trata de una esfera pública en la que sus miembros cuentan como recursos pero no comparecen como sujetos de derechos, y peor aún, dice Brown, se trata de una esfera política manipulable, sin educación, corporativizada, sin una cultura deliberativa, desapasionada por lo común y lo político, desentendida del ámbito al cual pertenece y convencida de que el objetivo es la competitividad en el mercado (Brown, 2015, p. 39).

Me parece que el planteamiento de este acercamiento de Foucault –en términos genealógicos- y de Brown -en términos de trazar cómo se materializa a partir de políticas públicas concretas en el mundo contemporáneo- es importante tomarlo en cuenta como parte de nuestro análisis de las políticas que enfrentamos, pues no solamente se trata de debatir el sentido ideológico y las implicaciones de las políticas sino tomar en cuenta la forma que asume el debate y los límites que la propia racionalidad nos predispone.  Por supuesto, como bien Brown señala, no se trata de ver la transformación hacia la lógica neoliberal a partir de una añoranza a la ‘Razón de Estado’, al modelo del mundo del liberalismo o a la idea prevaleciente del contrato social desde la teoría política clásica. Más bien, el punto es desentrañar las trampas discursivas y narrativas que toma el debate, reconocer los límites y el desgaste de las instituciones con las que contamos, con miras a tejer nuevos referentes y significados.

En el caso de Puerto Rico, temas como la política de despidos del gobierno, el achicamiento en los servicios, el encarecimiento del sistema judicial, el desmembramiento de los planes de retiro y las premisas que en su origen sirvieron a su diseño, la comodificación de bienes que antes que bienes de mercado o meros negocios, deben ser asuntos garantizados para toda la ciudadanía, como la salud, la educación y el medioambiente, entre otros temas, asumen las formas de la racionalidad neoliberal que Brown discute. Concretamente puede verse el giro que toma la discusión de la reforma contributiva a partir de estos entendidos. Lo mismo -por dar un ejemplo que tengo muy cerca- se puede observar en las políticas universitarias, que insisten detrimentalmente en la adopción de criterios de productividad, oferta y demanda, costo-beneficio e inversión, a la hora de tomar decisiones concretas sobre admisión, reclutamiento de docentes, ofrecimientos académicos, entre otros. Esto sin duda está transformando sigilosa pero vorazmente lo que entendemos por Universidad, al punto que no es ya raro encontrarse con el argumento de que la relación entre estudiantes y profesores es una meramente contractual.  Así que no se trata solamente de acercarnos a estos asuntos desde el señalamiento de políticas erradas sino de además cuestionar las formas en que el propio de debate se asume.

Finalmente, habrá que preguntarse, en un escenario como este en que el racionamiento neoliberal arropa tanto a instituciones como a individuos, ¿cómo retomamos la idea del demos?. ¿Cómo y bajo qué parámetros insistir en la democracia? ¿Bajo qué entendidos nuestras acciones toman o deben tomar forma?. Me parece que los acercamientos de Wendy Brown y el asentamiento del homo economicus en la esfera política, la esfera jurídica e incluso la personal, requeriría lo que Agamben planteaba, la idea de profanar. (Agamben, 2015). Pero habría que detectar estas lógicas para profanarlas, insistir en otras formas de racionalizar los eventos y las controversias de la esfera pública, resistirse al formato e insistir en ser sujeto político y ciudadano antes que consumidor, y estar conscientes de las formas en que acogemos y diseñamos los reclamos. Inmersos en estas estructuras no es fácil resistir la instalación que ha tenido esta transformación pero parecería urgente retomar el demos deshecho.

Referencias:
Agamben, G. (2015). Profanations. (J. Fort, Trans.) (Reprint edition). New York: Zone Books.
Brown, W. (2015). Undoing the Demos: Neoliberalism’s Stealth Revolution. New York: Zone Books.
Foucault, M. (2010a). The Birth of Biopolitics: Lectures at the Collège de France, 1978--1979 (Reprint edition). New York: Picador.
Foucault, M. (2010b). The Birth of Biopolitics: Lectures at the Collège de France, 1978--1979 (Reprint edition). New York: Picador.
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Wolin, S. S. (2010). Democracy Incorporated: Managed Democracy and the Specter of Inverted Totalitarianism (With a New preface by the author edition). Princeton, N.J.; Woodstock: Princeton University Press.


[1] Publicado en la Revista 80grados el 3 de abril de 2015. http://www.80grados.net/deshacer-el-demos-la-muerte-del-sujeto-politico-juridico-en-el-reino-del-sujeto-economico/
[2] Mensaje del 13 de febrero de 2015. Puede ver el mensaje en (“García Padilla vuelve a explicar los cambios al sistema contributivo,” EL NUEVO DIA).
[3] Por supuesto que el consumidor en tanto tal tendrá derechos pero no son a estos los que me refiero sino a derechos en tanto ciudadano político.
[4] Vea en particular las Conferencias del 28 de marzo y el 4 de abril de 1979 en el College du France, páginas 267-290; 291-316.