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16.9.09

columna: La reforma necesaria

16-SEPTIEMBRE-2009 

EFRÉN RIVERA RAMOS

La reforma necesaria

Durante mi vida adulta he tenido complicaciones de salud que han requerido intervenciones médicas y quirúrgicas importantes. Algunas me sorprendieron en momentos en que no tenía un seguro médico adecuado, generándole retos económicos considerables a mi familia aminorados sólo con la solidaridad de colegas y amistades. En años recientes, sin embargo, he tenido la fortuna de contar con un seguro de salud bastante bueno que ha permitido sufragar, en lo sustancial, los costos extraordinarios que estos acontecimientos suelen acarrear en nuestro país.


Valga decir que ese apoyo ha sido en gran medida el resultado de los reclamos de organizaciones sindicales diversas en mi centro de trabajo: la Universidad de Puerto Rico. Se trata de un beneficio marginal, realmente medular, que los empleados universitarios y los demás trabajadores con acceso similar debemos defender con ahínco por lo mucho que representa para nosotros y nuestras familias.


La tranquilidad personal que he disfrutado como consecuencia de lo anterior no ha eximido a mi familia de los efectos de la situación que viven cientos de miles de personas que carecen de cubierta suficiente.


Hace días supimos de una pariente cercana que murió mientras apelaba la determinación de su aseguradora de que la cirugía que le recomendaron sus médicos no era necesaria. No he dejado de preguntarme con angustia vicaria cómo podrán sobrellevar sus enfermedades, emergencias médicas, necesidad de medicamentos y requerimientos de medicina preventiva las incontables familias que no poseen un buen seguro de salud, sea público o privado.


En más de una ocasión, he visto en la farmacia a personas muy mayores contar los centavos para poder comprarse dos o tres píldoras de las treinta que debieron haberse llevado, pero no han podido, porque el “plan” no se las paga en su totalidad. He perdido la cuenta de los padres y madres jóvenes que he visto alejarse del mostrador comentando que la medicina que le recetó el pediatra a su hija era muy cara y el “plan” tampoco la incluía. Acostumbrada como debe estar a la escena, la farmacéutica o farmacéutico de turno no tiene más remedio que encogerse de hombros, esbozar una sonrisa compasiva y continuar su rutina de preguntarle a la computadora si el “plan”, si es que lo tiene, del próximo en la fila habrá de sufragar el costo del medicamento solicitado.


Por eso no puedo justificar el tirijala entre Gobierno, aseguradoras y proveedores con la tan necesaria reforma de salud. Mientras el asunto se sigue posponiendo, proliferan las muertes innecesarias debido a la falta de tratamiento adecuado. Se continúan agudizando los sufrimientos de cientos de miles de puertorriqueños que enfrentan problemas de salud. La dilación en esta materia es un verdadero crimen.


Igual calificativo merece la histeria manipulada que han generado ciertos sectores en torno a la propuesta del presidente Barack Obama de que Estados Unidos adopte un plan universal de salud, como han hecho prácticamente todos los países de mayor desarrollo económico en el mundo y algunos menos desarrollados también. Se trata de una reacción provocada por una combinación fatal de intereses creados, cerrazón ideológica, partidismo crudo e insensibilidad social.


Casi daban ganas de reir, si no hubiera sido trágico, el espectáculo de un opositor furibundo de la reforma de Obama gritando a viva voz que no quería que el Gobierno se metiera en “su” Medicare. Como si el susodicho programa no fuera un programa gubernamental. Como lo son el Medicaid y los diversos programas recientes de servicios médicos a los niños cobijados bajo ciertas categorías de beneficios.


Como ha argumentado el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, los que insisten en que el gobierno “no se meta” en la cuestión de la salud pasan por alto, por ignorancia o conveniencia, que si no fuera por la reglamentación gubernamental existente, tímida como es, los abusos de muchas aseguradoras y algunos proveedores de servicios serían todavía peores.


Habría que dejarse de chiquitas y acometer la reforma con seriedad y brío.