Existe una importante distinción entre las ideas que sirven y las que contribuyen a legitimar intereses sociales. Una clase dominante puede promover sus fines predicando que la mayoría de sus subordinados tiene una inteligencia subhumana, pero esto difícilmente servirá de legitimación a los ojos de los subordinados. La creencia de que el valor espiritual supremo consiste en ponerse por encima de los propios competidores probablemente no tendría que racionalizarse para otorgar legitimación. Muchas de las creencias de un grupo oprimido –que sus sufrimientos son inevitables o que la rebelión será castigada brutalmente—sirven a los intereses de sus amos, pero no los legitiman de manera particular. La ausencia de ciertas creencias puede favorecer los propios intereses, y los de otro grupo: no pensar que el resultado de recortar los salarios es el tormento eterno favorece a la burguesía, igual que le favorece si aquellos cuyos salarios se recortan rechazan las doctrinas del materialismo dialéctico. Un conjunto de creencias falsas puede favorecer los intereses de una clase, como afirma Marx en relación con los revolucionarios de clase media en El 18 brumario de Luis Bonaparte, que se engañan productivamente sobre el esplendor de su proyecto. Igual que las ideas verdaderas pueden resultar disfuncionales para fomentar intereses sociales, las falsas pueden resultar funcionales para ello; así, para Friedrich Nietzsche la verdad no es más que cualquier ilusión que supone un realce para la vida".
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18.9.09
ideología en los limbers, las garrapatitas y el such is life
Hace semanas vengo pensando en colgar ciertas citas de Terry Eagleton, de su libro Ideología: una introducción (Paidós), que van como anillo al dedo en estos tiempos. El ímpetu mayor para esto fue la discusión recurrente en almuerzos, pasillos, radio y hasta en salones de clase, sobre el porqué la gente en general se sintió sumamente ofendida por los comentarios de aquellos ejecutivos y funcionarios del proyecto de Ceiba cuando desfachatadamente le dijeron a las comunidades algo que -después de todo-, es verdad, puramente cierto. Tanto escándalo, decían algunos, cuando lo del comentario de 'such is life' es verdad: es que son pobres, no tendrán dinero ni para comerse un limber, no les queda sino conformarse con mirar a los ricos en sus yates porque...las cosas no van a cambiar, hay otros ricos y ellos no nacieron afortunados... "such is life".
Para mucha gente, después de todo, es cierto, esta gente de Ceiba es pobre y no podrá salir de su situación por que al gobierno no les interesa que salgan, "such is life", así que el tal González, después de todo, fue sincero...¿cuál es el escándalo si después de todo la gente debe haberse enterado mucho antes de eso que ahora le parece un oprobio?... He intentado entonces pensar en posibles razones para la incomodidad que generó en el país ese grado de "sinceridad" de los funcionarios de gobierno, proyectistas y asesores que obviamente representan a la clase pudiente del país y le dicen lo que dicen sin empache, a las clases pobres. Decía que si bien en términos subrepticios la ideología del 'such is life' permea nuestras cotidianidades y es sabido que muchas ideologías dominantes y discursos facilitan los grados de desigualdad e inequidades poco cuestionados, cosa distinta fue lo que de pronto pasó en Ceiba. Estos hombres con sus comentarios habrían derrumbado la legitimación con que esa situación ha contado hasta el momento. Una cosa es que seas rico y tengas un yate mientras yo no tengo agua potable y otra que te burles de mi y me digas que me conforme con mirarte. Se vino abajo el mito de la igualdad de oportunidades, la legitimidad de que tú tengas el yate feliz mientras yo no tengo cubierta mi necesidad de agua potable, coincidamos perfectamente en Ceiba y el gobierno decida subvencionar tu estadía en el yate pero no alivie directamente mi falta de agua potable. La carencia de un discurso legitimador o más bien el derrumbe de éste mediante los comentarios en Ceiba, fue lo que pareció ocasionar conmoción. Sí eso es así, son desiguales, pero sus actuaciones no podían estar legitimadas de esa forma.
Por otro lado, hubo mucha indignación sí, pero habría que preguntarse, ¿Cuánto resquebrajó esta situación el mito de la igualdad y la legitimidad de actos del gobierno y las clases pudientes que se fundamentan en la supuesta búsqueda del bienestar de todos? ¿Cuánto se trastocó del poder legitimador? Eso está por verse. Yo creo que, a juzgar por las reacciones, muy poco o nada. Se personalizó el asunto en la personalidad o historia de los hombres que dijeron lo que dijeron, se les pidió la renuncia, fueron despedidos, se les dijo burdos, inapropiados, insensibles. Ya. Pero poco se habló del mito, poco se habló de la ideología. Porque si bien resultó incómodo escuchar sobre las garrapatitas, los limbers y el such is life, lo cierto es que más duro fue darse cuenta de que no contamos con un lenguaje alterno para refutar. No tenemos lenguaje para describir de lo que se trata. Elocuente es por demás, no ya la sinceridad de los implicados, sino la desvínculación de sus palabras con los problemas estructurales que las provocan. Es mucho más visceral lo que no se escucha, la ausencia de cuestionamientos, los vacíos, y la falta de establecimiento de vínculos entre los comentarios con la estructuración social. Se trata de un silencio tal vez más elocuente.
Me pregunto nuevamente, ¿porqué nos hemos quedado sin palabras para nombrar las cosas por su nombre?, ¿porqué no tenemos palabras que nos permitan hablar, palabras que por muchas razones ya no se quieren escuchar, se eliminaron del lenguaje, se silenciaron de nuestras voces, pero fueron palabras que en un momento nombraban algo que todavía está muy vigente en el escenario. Palabras como "clases sociales", "justicia social", "pobreza", "desigualdad", "ricos". Ya no están y ahora ante el limber y el such is life, solo nos quedan los suspiros de indignación, pero suspiros que no se sabe como explicar.
Ya lo decía Rodríguez Juliá hace poco en una columna, los comentaristas de medios rehuyen usar ciertas palabras, no les parece bien (o no se atreven) hablar de ricos (se sustituye timidamente por 'personas adineradas'), me cuentan de la censura del término "blanquitos" y se mira con sospecha si una menciona insistentemente el concepto justicia (peor aún si lo combina con 'social'). El otro día un radioescucha llamó a uno de los programas de radio mañaneros para comentar sobre algo que le parecía injusto. Pero tan pronto habló de la situación rápido adviritó con tono de excusa apresurada "ah, y no es que yo quiera hablar aquí de clases sociales aquí o luchas de clases", a lo que el comentarista respondió también rapidamente y con tono exculpatorio, "ah claro que no, eso es totalmente innecesario!"... En fin, que estos hombres le dicen garrapatitas a las comunidades pobres de Ceiba pero ante el 'such is life', el limber y las garrapatas, no hay palabras para describir la situación: ¿Cómo hablar de lo que en muchos sentidos sigue siendo lo que era, pero ahora no podemos describirlo sin un lenguaje para nombrar? ¿Qué nos dice la ausencia de lenguaje para describir y nombrar "eso"? En fin...
Pero a lo que iba: creo que lo que sigue de Eagleton ilustra algo sobre estos puntos (hay mucho más), sobre todo, el porqué resultó problemático el comentario del limber y del 'such is life' pero no empece lo indignante hubo un vacío sobre el porqué de la indignación:
"El concepto de racionalización está estrechamente ligado con el de legitimación. La legitimación se refiere al proceso por el que un poder dominante afianza en sus súbditos al menos un consentimiento tácito a su autoridad, y al igual que la “racionalización” puede tener un regusto peyorativo, que sugiere la necesidad de volver respetables intereses por lo demás ilícitos. Pero esto no tiene que ser siempre así; la legitimación puede significar simplemente establecer los propios intereses como algo aceptable en general, en vez de darle una pátina de legalidad espuria. Los intereses sociales que consideramos justos y válidos pueden tener que luchar duro para conseguir la credibilidad del conjunto de la sociedad. Legitimar el propio poder no es necesariamente “naturalizarlo”, en el sentido de hacerlo parecer espontáneo e inevitable a los propios subordinados: un grupo o clase puede percibir que existen tipos de autoridad distintos de la de sus amos, pero aún así apoyar esta autoridad. Un tipo de dominación suele legitimarse cuando las personas sometidas a él llegan a juzgar su propia conducta por los criterios de sus gobernantes. Alguien con acento de Liverpool que crea que habla de manera incorrecta ha legitimado un poder cultural establecido.