He pensado en los espacios. En esos lugares públicos "tan amables" (como les llama un muy querido amigo), en que una puede leer, tomarse un café, trabajar los pensamientos, pulir las ideas, estirar el cuerpo, conversar con los demás en un tono bajo y moderado, y ver alguna(s) exhibición(es). Generalmente, se llaman bibliotecas con salas de lectura. Son espacios para eso, para leer y pensar, usar referencias, libros raros, colecciones.
Llevo prácticamente un mes fuera de la isla en que vivo, y en las ciudades en que he estado, he tenido el privilegio de disfrutar intensamente de esos espacios-lugares públicos amables en los que he podido llevar a cabo todas estas actividades e incluso me han dado 'pases' de entrada con vigencia de 3 años (¡¡!!) a pesar de no ser residente de allí. Cuanto daría por esos espacios a mi regreso. Cuanto los añoraré.
He pensando mucho en esos espacios y me digo: ¿cómo es que en nuestro país el Borders, ruidoso, hiper-comercializado, desorganizado, hiper-sobre-estimado y sobre-valorizado, se convirtió en el lugar a defender, a añorar?. ¿qué pasó con nuestros 'lugares amables"? ¿por qué nuestros mejores referentes son el Starbucks y el Borders? Me pregunto: ¿cuándo, qué y cómo pasó que nuestro foco de atención, nuestra mejor aspiración, se normalizó en ese modelo, se concentró en la mercancía y renunciamos al espacio y a lo que conlleva esta amabilidad de la que hablo. ¿O es que nuestros lugares públicos amables salieron del panorama o nunca estuvieron en nuestro marco de referencia?; ¿es que dejaron de ser o acaso nunca fueron nuestra aspiración?.
Yo todavía apuesto a lugares públicos amables. No se trata solo de la mercancía. El espacio importa. No Borders. No Starbucks. La apuesta es a lugares en que se pueda ser y asumir una identidad que no sea la de cliente. Yo voto por esos lugares de amabilidad.