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12.10.13

El odio y la mentira: entrevista a Albert Camus


El odio y la mentira: entrevista a Albert Camus

(1951) Entrevista a Albert Camus. Le progés de Lyon.

-¿Le parece lógico comparar las palabras “odio” y “mentira”?

Albert Camus:-El odio es en sí una mentira. Hace el silencio, instintivamente, en torno a toda una parte del hombre. Niega lo que, en cualquier hombre, merece compasión. Miente, por lo tanto, esencialmente sobre el orden de las cosas. La mentira en cambio es más sutil. Cabe mentir sin odio, por simple amor a sí. Por el contrario, todo hombre que odia se detesta en cierto modo a sí mismo. No hay pues, un nexo lógico entre la mentira y el odio, pero hay una filiación casi biológica entre el odio y la mentira.

-En el mundo actual, presa de las exasperaciones internacionales, ¿no adopta a menudo el odio la máscara de la mentira? Y la mentira, ¿no es una de las mejores armas del odio, la más pérfida y quizá la más peligrosa?

Albert Camus: -El odio no puede adaptar otra máscara, no puede privarse de esa arma. No se puede odiar sin mentir. Y, a la inversa, no se puede decir la verdad sin reemplazar el odio por la comprensión, que no tiene nada que ver con la neutralidad. Un noventa por ciento de los periódicos, en el mundo de hoy, mienten más o menos. Y es porque son, en diferentes grados, portavoces del odio y la ceguera. Cuanto más odian, más mienten. La prensa mundial, con algunas excepciones, no conoce hoy otra jerarquía. A falta de cosa mejor, mi simpatía recae en los raros que mienten menos porque odian mal.

-Rostros actuales del odio en el mundo, ¿los hay nuevos, propios de las doctrinas y las circunstancias?

Albert Camus: -El siglo XX no ha inventado el odio, por supuesto. Pero cultiva una variedad particular que se llama odio frío, maridado con las matemáticas y los grandes números. La diferencia entre la matanza de los inocentes y nuestros ajustes de cuentas es una diferencia de escala. ¿Sabe usted que en veinticinco años, desde 1922 a 1947, setenta millones de europeos, hombres, mujeres y niños, fueron desarraigados, deportados o asesinados? En eso se ha convertido la tierra del humanismo, a la que, pese a todas las protestas, hay que seguir llamando la innoble Europa.

-¿Importancia privilegiada de la mentira?

Albert Camus: -Su importancia proviene de que ninguna virtud puede aliarse con ella sin perecer. El privilegio de la mentira estriba en vencer siempre a quien pretende servirse de ella. Por eso los servidores de Dios y los amantes del hombre traicionan a Dios y al hombre por razones que ellos creen superiores. No, ninguna grandeza se ha fundado jamás sobre la mentira. La mentira permite a veces vivir, pero nunca eleva. La verdadera aristocracia, por ejemplo, no consiste sobre todo en batirse en duelo. Consiste sobre todo en no mentir. La justicia, por su parte, no consiste en abrir ciertas prisiones para cerrar otras. Consiste sobre todo en no llamar mínimo vital a lo que apenas basta para mantener una familia de perros, ni emancipación del proletariado a la supresión radical de todas las ventajas conquistadas por la clase obrera desde hace cien años. La libertad no es decir lo que sea y multiplicar la prensa amarilla, ni instaurar la dictadura en nombre de una futura liberación. La libertad consiste sobre todo en no mentir. Allá donde la mentira prolifera, la tiranía se anuncia o se perpetúa.

-¿Asistimos a una regresión del amor y la verdad?

Albert Camus: En apariencia hoy todos aman a la humanidad (les gusta sangrante, como los chuletones) y todos están en posesión de una verdad. Pero eso no es sino una suprema decadencia. La verdad pulula sobre sus hijos asesinados.

-¿Dónde están “Los justos”de la hora presente?

Albert Camus: En las cárceles y los campos de concentración, en su mayoría. Pero en ellos se encuentran también los hombres libres. Los verdaderos esclavos están en otras partes, dictando sus órdenes al mundo.

-En las actuales circunstancias, ¿no puede ser la Navidad un motivo de reflexión sobre la idea de tregua?

Albert Camus: ¿Por qué esperar a Navidad? La muerte y la resurrección son de todos los días. De todos los días, la injusticia y la verdadera rebelión.

-¿Cree usted en la posibilidad de una tregua? ¿De qué tipo?

-Albert Camus: La que obtendremos al final de una resistencia sin tregua.

-Ha escrito usted, en el mito de Sísifo: “Sólo hay una acción útil, la que reharía al hombre y a la tierra. Yo no reharé nunca a los hombres. Pero hay que hacer como sí”. ¿Cómo desarrollaría usted hoy esta idea, en el marco de nuestra entrevista?

-Albert Camus: Yo era entonces más pesimista que ahora. Es cierto que no reharemos a los hombres. Pero tampoco los rebajaremos. Al contrario, los levantaremos un poco a fuerza de obstinación, de lucha contra la injusticia, en nosotros y en los demás. Nadie nos ha prometido el alba de la verdad, no hay un contrato, como dice Louis Guilloux. Pero la verdad hay que construirla, como el amor, como la inteligencia. Nada nos ha sido dado ni prometido, en efecto, pero para quién acepta emprender algo y arriesgarse, todo es posible. Esa es la apuesta que hay que hacer en estos momentos. Cuando nos sofocamos bajo la mentira y cuando estamos acorralados. Hay que hacerla con tranquilidad, pero irreductiblemente, y las puertas se abrirán.

Volumen 3. Obras completas Albert Camus. Alianza Editorial. 1996

21.7.13

Reflexiones 6: La violencia que priva de la palabra

La violencia que priva de la palabra*

Pienso en la doble violencia a la que a diario se exponen aquellos/as que de estar expuestos a la violencia, quedarían desprotegidos porque la sociedad no les creería su historia, simplemente por ser quienes son, ser como son, y estar donde están (e.g. ¿mujeres, negros, pobres, inmigrantes, gays, transexuales, convictos, las ‘mucamas’?).  Pienso en lo violento de estar expuesto a la violencia y sentir que no importa a dónde acudan, su palabra siempre será devaluada, ignorada, incluso usada en su contra. ¿Quién le cree a una ‘mucama’ dominicana? 

Y por lo general, aquellos y aquellas que de por sí están exponencialmente más expuestos que el resto de la población a la violencia, cargan consigo la presunción de la mentira o al menos de la no-verdad. Y no me refiero a una mala fama o a una falla de carácter o a la personalidad del individuo de no decir la verdad o de mentir. Me refiero a que siendo quienes son, a cómo las percibimos, éstas llevan consigo la tachadura de una subjetividad que les cancela la posibilidad de que la verdad ‘los haga libres’. Su palabra siempre está en duda. Tan en duda, que ni la muerte los salva. Se les ha privado de su palabra. Si se piensa un poco, la vulnerabilidad que conlleva el prejuicio que la sociedad les tiene y que hace del valor de su palabra cero, es perversamente violenta. Tampoco hay consuelo en aseverar que la verdad es siempre parcial, pues en todo caso es el proceso de creación de una verdad oficial lo que al final adquiere una materialidad muy concreta (valga la redundancia), y ese proceso para algunos, mas no para otros, siempre empieza en pérdida.

¿Si Trayvon Martin -y otros como él- hubiese(n) podido narrar su historia, le hubiésemos creído? ¿Le hubiese creído el jurado? ¿Y a la empleada doméstica, a la dominicana, a la  ‘mucama’, a ‘la señora que limpia’ le creemos? ¿Y a una mujer en la cárcel que alega que fue violada por su carcelero? ¿Quién le cree la violencia sufrida a una presa de esas que para algunos ni siquiera merece el voto? ¿A la ‘prostituta’ que pide la protección de la ley contra acecho? ¿Y a la mujer ‘adúltera’ que busca la protección de la ley de violencia doméstica? ¿A la esposa que fue violada por su marido? Quizás, pero de plano no; la presunción opera en su contra debido a los dispositivos discriminatorios y moralistas que se activan. Pero el caso es que no solo no le creemos a quienes en esas circunstancias fueron víctimas de violencia, sino que esos y esas que cargan esas subjetividades viven  en constante peligro, están en el ojo de la violencia, su subjetividad los expone a todo tipo de violencia, a la real y a la simbólica.

Haría falta que re-evaluemos urgentemente cuáles son esas subjetividades vulnerables y cómo podemos diseñar instituciones, normas y políticas públicas que las tomen en cuenta. Estaríamos así buscando formas que protejan a los sujetos más desprotegidos contra la violencia que enjendran los prejuicios y la discriminación en sus vertientes más difíciles de atajar: las institucionales, las normalizadas, las invisibles, las más arraigadas. Estaríamos al menos intentando protegernos de nosotros mismos y devolverles su palabra.

*éft
21 de julio de 2013.

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