Llevo ya unos meses siguiendo de cerca a Kafka. Voy con él a todas partes, en gestiones, de paseo, al médico, al parque. Converso con él por la noches sobre algunas de sus obras (particularmente El Proceso y El Castillo) y leo a otros que se han fascinado con sus ideas (como Walter Benjamin, Albert Camus y Giorgio Agamben), y que han comentado su relación con el Derecho. Algunas de las entradas que he colgado sobre Kafka en dos de mis blogs (en éste y en Observando el Derecho) son: Carta de Kafka a Felice en plena Metamorfosis, Franz Kafka: Ante la ley, The New Attorney, Kafka: Lies are made into a Universal System, El Derecho se manifiesta en su ambiguedad, The Process is the core of the Law.
En una de estas entradas doy cuenta, a través de Albert Camus, de lo iluminador de la obra de Kafka para estudiar y entender el fenómeno jurídico: "Pienso que a través de Kafka llegamos a una observación fundamental sobre el Derecho, y con ella, a la necesidad fundamental de aceptarla con todas sus implicaciones: el secreto del Derecho reside en su ambiguedad fundamental."
Además, sigo con pasión sus cartas con Felice y Milena. Podría acusárseme de que tengo un fetiche con él, pero es que ciertamente he regresado a él luego de muchos muchos años, para tomar verdadera consciencia de su genio y para fascinarme con sus tribulaciones cotidianas. Kafka me intriga. Sigo la controversia sobre los derechos de su obra (Véase el extraordinario recuento de Judith Butler en el NYRB) y actualmente leo su biografía en El mundo formidable de Franz Kafka: ensayo biográfico, de Louis Begley (2009), mi regalo navideño favorito.
Hoy salió en Revista Ñ una maravillosa historia que ya antes había escuchado pero que en la Revista narran con una destreza envidiable y además reseñan algunos libros que ficcionalizan la relación misma entre Kafka y la niña a la que le escribió cartas asumiendo la identidad de su muñeca que, según Kafka, se había ido de viaje. Esto último como consuelo para la niña que había perdido su muñeca. Semejante acto de amor. Vea la entrada de la historia en el blog Los Archivos del Mandril.
Pero ahora quiero compartir por aquí algo de la cotidianeidad de Kafka: su rutina para asegurar el tiempo dedicado a la escritura. ¿Cómo este hombre insómnico craso, constantemente atormentado por tantos pensamientos, trabajando durante el día como abogado -profesión que escogió solo como medio para vivir y poder escribir-, lograba escribir con tanto genio tan grandes obras?. En una de las cartas a Felice, reseñada en la biografía antes mencionada, Kafka le narra su rutina, cosa que me fascinó y quise compartir por aquí.
Vaya disciplina kafquesca dirigida por su pasión, la escritura. Aún así, no estaba satisfecho. Nunca lo estaría y eso lo comunica constantemente en sus cartas. Pero sí, tenía una rutina, era disciplinado. Si tan solo nos planteáramos seguir en el 2012 una rutina tan productiva que produjera algo tan grandioso. Lo sé, haría falta más que el empeño, su genio...pero comenzar una rutina con disposición y disciplina ayudaría.
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"...de ocho a dos o dos y media, en la oficina, luego comer hasta las tres o a las tres y media, luego una siesta en la cama (que normalmente no pasa de intento...) hasta las siete y media, luego diez minutos de ejercicio, desnudo ante la ventana abierta, luego un paso por una hora (solo, con Max o con algún otro amigo), luego cenar con mi familia (tengo tres hermanas, una de ellas casada y otra comprometida; la soltera es, sin duda, mi preferida, sin que ello signifique que no tengo afecto por las otras); luego a las diez y media (aunque a menudo se me hacen las once), me siento a escribir, hasta la una, las dos o las tres, dependiendo de mis fuerzas, ganas y fortuna; alguna vez he aguantado incluso hasta las seis de la madrugada. Luego un poco más de gimnasia, como antes, pero evitando forzarme, por su puesto; me lavo un poco y luego, normalmente con un ligero dolor en el corazón y pinchazos en los músculos en el estómago, a la cama. Entonces me esfuerzo lo inimaginable por conciliar el sueño. [...] así que la noche se divide en dos partes: una desvelado, la otra insomne [...] Con lo que no es de extrañar que a la mañana siguiente consiga a duras penas ponerme a trabajar con las escasas fuerzas que me quedan." (Begley, 2009:44,45).
Y en respuesta a la reprenda de Felice, Kafka continuaría en defensa de su rutina:
"El arreglo actual es el único posible; si me cuesta aguantarlo, tanto peor; pero lo aguantaré como sea. Una o dos horas para escribir no son suficientes (aparte del hecho de que no has previsto el tiempo para escribirte a ti); diez horas sería ideal, pero, ya que el ideal es inalcanzable, debe uno al menos acercarse a él todo lo posible, y no pensar siquiera en escatimar esfuerzos". (Begley, 2009: 45).
Eso es. En el 2012, no hay que escatimar esfuerzos. salud!