08-JUNIO-2009 | RAFAEL ACEVEDO*
Mongolia
Dicen que el ejército mongol tenía la precisión de un reloj de agua. No lo sé de cierto, pero supongo, que las clepsidras se usaban de noche, cuando los relojes de sol no tenían ningún sentido. Tampoco sé mucho de la precisión de los relojes de arena, que he de conjeturar que se usaron mucho en el desierto. Cosa de aprovechar los materiales.
Me cuentan que hoy, en la Plaza Roja de Moscú, uno puede ver el reloj de arena más grande del mundo. Pero no la momia de Lenin. Es el paso del tiempo.
¿Podría decirse entonces que el ejército mongol tenía la precisión de un reloj suizo? Imagínese un ejército de figuritas de cuarzo. Frías . Sanguinarias. Eficaces. Dando la hora. La hora final. Pero los guerreros mongoles no eran figuritas. Eran máquinas de carne y hueso dispuestos a la conquista y con una idea de la economía bastante simple: el saqueo.
Nada los detenía que no fuera la muerte. Ni el hambre, ni la sed. Cada guerrero llevaba dos caballos. No sólo como transportación. La carne del caballo saciaba el hambre. La sangre, la sed.
Esta mañana pienso en los mongoles porque escucho a un grupo de “folk rock” de Mongolia. Música sublime. Y deliro con los guerreros. Una escena de guerra antigua. La batalla tiene como fondo inmensas praderas. Bovinos peludos huyen despavoridos. Se escucha la música de este grupo. Y pienso que el saqueo es el fundamento de nuestra economía. Pero aquí no hay mongoles. Más bien funcionarios con gel en el cabello.
Lo que causa pavor es que les permitamos ejercer su tiranía chic. Que no se forme un ejército de buenas intenciones que coloque en medio de la casa de las leyes, un reloj de agua, arena, sol y cuarzo, que anuncie que ya es hora de cambiar en serio.
No porque es la hora final. Es hora del comienzo.
*El autor es escritor.