23 Octubre 2010
Pequeños intereses
Mariana Iriarte
ESTUDIANTE DE LA ESCUELA DE DERECHO DE LA UPR
http://www.elnuevodia.com/columna-pequenosintereses-803768.html
El discurso de la Guerra Fría parece ser el as bajo la manga de aquellos que se resisten a la rigurosidad como instrumento de análisis. No tengo duda que Puerto Rico está polarizado; es natural, normal, esperado, conocido. Puerto Rico está polarizado y su tejido social y político gravemente enfermo. Las grandes desigualdades, económicas, políticas y sociales, resultantes de los privilegios estructurales de unos pocos son las causantes. No nos dejemos engañar.
Nociones de justicia básicas afirman que el tejido social tiene cura. Básicamente abogan por la consecución de arreglos institucionales más equitativos. Es decir, no podemos pensar que sea justo que el 10% de la ciudadanía, que según el economista Gustavo Vélez es el porcentaje de empresarios del país, retenga para sí una proporción exorbitante de los ingresos brutos de la Isla. Esta desigualdad en el ingreso se reproduce en el resto del entramado social: el 10% tienen mayores y mejores oportunidades educativas y culturales; el 10% tiene mayores y mejores servicios de salud; el 10% está fuertemente custodiado por grandes redes de seguridad de urbanizaciones cerradas que simulan otro país; el 10% tiene mejor y mayor acceso a los tribunales a través de costosos bufetes de abogados y así podríamos seguir enumerando. No hay duda que el 10% de la ciudadanía vive mejor. ¿Y el otro 90%?
El otro 90% parece ser que representamos los sectores improductivos del país. Quizá, la mayoría asalariada represente en el imaginario de algunos un tipo de ciudadanos de segunda clase. Esta es la premisa inarticulada que subyace a muchos análisis que encuentran en la protección de la clase empresarial y patronal del país la solución a la crisis económica. Estos analistas abogan por flexibilizar la legislación protectora del empleo, reducir las contribuciones a los sectores industriales, facilitar la inyección de capitales foráneos entre muchas otras propuestas.
Mientras tanto, vemos cómo se deteriora nuestra calidad de vida. Trabajamos más por el mismo sueldo, la educación pública se empobrece a paso acelerado, los servicios de salud son escasos y de mala calidad, el desempleo se agiganta, los índices de criminalidad se han disparado y los problemas emocionales producto de la inestabilidad y la incertidumbre son la orden del día.
No pueden perderse de vista los verdaderos sectores vulnerables del país: los desempleados, los trabajadores asalariados, las mujeres, la población sin hogar. Ésos que salimos a defender nuestras causas porque no ocupamos puestos de poder ni podemos pagar cabilderos. No se trata de asignar culpas como algunos analistas señalan. Se trata de reconocer que la consecución de una sociedad justa conlleva, necesariamente, la búsqueda del bien común.