“Hubo una época en que lo sabíamos. Antes creíamos que cuando el texto decía “En la mesa había un vaso de agua”, es que existía una mesa y un vaso de agua encima, y solamente teníamos que mirar el mundo-espejo del texto para verlos.
“Pero todo eso terminó. Parece que el mundo-espejo se ha roto de forma irreparable. Y sobre lo que está pasando en la sala de conferencias, ustedes pueden hacer conjeturas igual que yo: hombres y hombres, hombres y simios, simios y hombres o simios y simios. Puede que la sala de conferencias no sea más que un zoo. Las palabras de las páginas ya no se prestan a revisión ni cada una de ellas proclama: “Significo lo que significo!”. El diccionario que solía haber junto a la Biblia y las obras de Shakespeare en la repisa de la chimenea, donde se guardaban los dioses lares en los píos hogares romanos, se ha convertido en un simple libro en código entre otros muchos.
[H]abía una época, creemos, en que podíamos decir quiénes éramos. Ahora no somos más que actores que recitamos nuestros papeles. El fondo ha desaparecido. Podríamos pensar que se trata de un giro trágico de los acontecimientos, si no fuera porque es difícil sentir respeto por lo que fuera que hacía de fondo y ha desaparecido. Ahora nos parece una ilusión, una de esas ilusiones únicamente sustentadas por la mirada concentrada de todos los que ocupan la sala. Si retiramos la mirada un solo instante, el espejo cae al suelo y se hace añicos”.
-Elizabeth Costello (Elizabeth Costello, de J.M. Coetzee)