26.8.11

Dos escándalos, un malestar en la cultura.

Dos eventos recientes que tratan de las reacciones públicas a partir de la revelación de datos sobre la vida íntima de dos políticos con poder me mantienen en constante cuestionamiento y me recuerdan el malestar en la cultura. El primero fue la 'revelación' de que el Presidente del Senado, Thomas Rivera Schatz, tiene una hija de 13 años (¿?, no recuerdo el detalle) "fuera del matrimonio". La frase de por sí es reveladora. Se generaron tres tipos de reacciones o discusiones públicas: (1) el cuestionamiento de la verdad o no del hecho; (2) Aquellos que condenaron el hecho, por supuesto, con una carga moral particular, esto es, la hija "fuera del matrimonio" (¿la mal nacida?); (3) una reacción más pragmática o instrumentalista por parte de los opositores del político: aprovechar la ocasión para visibilizar la hipocresía de sus discursos morales (¿acaso haciendo referencia también a la frase "hija fuera del matrimonio?"). 

La primera de las controversias de ese caso no ofrece prácticamente mucho. Se trata de negar o aceptar el hecho, en este caso el Senador lo aceptó, y más allá de eso, la vida del político continúa. Peor, ni se habla de su nefasta gestión pública ni tampoco se dió pie a una discusión social sobre tantos temas: el matrimonio, la monogamía, la clasificación sospechosa y desdeñosa de los hijos al clasificarlos todavía como "fuera del matrimonio" (mal nacidos?). Luego estaba la duda que me generaba el uso "estratégico" de eso para oponerse a un político contrario, el precio de la perpetuación de ciertos estigmas sociales y sus discursos. Y tercero, claro, lo que no se dice: cuando se habla de hipocresía del político se menciona el acto hipócrita (la hija "fuera del matrimonio"), pero no se llega a la mención o discusión sustantiva de lo que sería entonces una sociedad alternativa o su deseabilidad, que eliminara de su lenguaje esos estigmas. Bueno, al fin y al cabo eso no parece ser importante tampoco porque de lo que se trata es de 'sacar al político de carrera', aún mediante la impregnación social del discurso. Por supuesto, se pueden hacer ambas cosas y siempre hubo quienes criticaron -ya en defensa del Senador, ya por otras razones- el epíteto de "hija fuera del matrimonio" aunque fuera con el objetivo de "desenmascarar" al político. El tema, por supuesto, murió muy pronto.

El segundo caso trascendió hoy y veo vínculos con el anterior, no por los hechos sino por las reacciones emitidas. Fotos que se califican como pornográficas en las que un presunto Senador aparece como protagonista. Se ha generado discusión o más bien reacciones sobre: (1) la inmoralidad del acto y consiguiente necesidad de renuncia, por ende un juicio sobre su estilo de vida (nótese que un periódico empieza describiendo que el Senador "regresó" recientemente "a la soltería", uy, vaya estado, uy!); (2) la inmoralidad o falta de ética al compartir las fotos en la Internet; (3) la hipocresía del presunto Senador quien, al igual que el anterior, ha sido uno de los que más voz cantante ha llevado respecto a un discurso conservador de los valores familiares. 

Nuevamente me pregunto, ante la superficialidad y pobreza del debate público que nos ahoga en el país, ¿cómo debería propiciarse o hacia dónde debe dirigirse prioritariamente la discusión? Primero, la verdad o falsedad de las fotos, de su autenticidad respecto al presunto Senador, en este caso tampoco nos lleva muy lejos. Ya los medios de prensa se cuidarán de una acción de libelo y calumnia con los criterios establecidos por la jurisprudencia, el Senador siempre puede negarlo y con suerte para algunos, su vida política puede suspenderse o arruinarse por unos años.

Pero, ojo, ¿qué hacemos con ese malestar moralizante que incluso se utiliza instrumentalmente como 'castigo al político', que es más profundo y que sobrevive por mucho la ruina y desaparición de éstos?. ¿Cuál es el precio a pagar por este juicio público del político más odiado y de esta forma castigado?: una opción es la validación de un discurso público, normalizado y generalizado sobre una moralidad particular, conservadora, de una mirada poco problematizada sobre lo apropiado o no de los estilos de vida del Senador, los epítetos, la descarnada sentencia sobre la pornografía (sin hacer distinciones) y en todo caso, el talante moral que ha de suponerse de quien tiene cargos públicos. En el balance está también la contribución a la normalización los discursos homofóbicos (que se disparan desde todas direcciones).

La tercera opción puede ser entendible y se trata de barrer con el político por precisamente éste ser el epítome de esos propios discursos moralizantes conservadores, homogeneizantes y homofóbicos en el ejercicio de su poder. En otras palabras, aprovechar el evento para instrumentalmente develar 'la hipocresía' de su discurso (lo que me parece que todavía podría esconder una premisa de "lo ves!, te lo dije, después de todo vive en un "degenere"!), como en el caso de la discusión con lo de Rivera Schatz y la hija marcada: la hija "fuera del matrimonio". Por supuesto, siempre puede haber una combinación de estas variantes y hasta más. Pero lo cierto es que lo mediático dispara hacia todas direcciones y una no sabe bien por dónde será ni quien terminará lastimado. Por eso, valdría la pena hacer el ejercicio de los discursos públicos que sería deseable adelantar.

No voy a discutir aquí cada uno de los escenarios, pero, digamos, si tomamos el caso de la versión de la hipocresía, habría, me parece a mí, que preguntarse, ¿la hipocresía frente a qué? Marcar un acto como hipócrita no necesariamente cuestiona el juicio del estándar que se oculta mediante la hipocresía. Con la hipocresía en todo caso develamos un acto de verdad que se mide bajo una medida que si no se cuestiona a fondo, puede permanecer inalterada como la normatividad "correcta": X actúa públicamente bajo el puritanismo y fundamentalismo del Tea Party, pero zas! es un hipócrita porque descubrimos que vive "la vida loca". Quien llama la atención al acto hipócrita cuestiona "la verdadera vida doble" de X pero no necesariamente plantea un cuestionamiento sustantivo (1) sobre el puritanismo (2) sobre '"la vida loca", más aún, (3) tampoco necesariamente (puede ser que sí) cuestiona si X debería tener el derecho a vivir o no bajo uno u otro estilo de vida sin que recaiga sobre él o ella la maldición o la sentencia implacable de los códigos culturales hegemónicos del puritanismo y fundamentalismo del Tea Party.

Por eso, pienso que no basta denunciar la hipocresía, habría, creo, que aprovechar para traer a discusión la contraparte de "lo hipócrita", es decir, la importancia de la discusión, aceptación y el reconocimiento de la existencia de la complejidad y del malestar de los códigos culturales que nos atraviesan, así como de aquellos y aquellas que han optado por estilos de vida diferentes que se han patologizado y despojarlos de la categoría de anormalidad a la que han sido condenados. Develar la importancia de esto no concentraría entonces en culpar, destrozar y sentenciar a X, pienso en todo lo contrario, pienso en crear las condiciones para incómodamente hacerlo 'sentir cómodo' (a él y al discurso público) para que acepte(n) aquello que se condena como parte de las complejidades, opciones y estilos de vida que existen y que desgraciadamente han sido demonizados, con las implicaciones de una sociedad violenta, excluyente y asfixiante para muchos. ¿Nos conformamos con que los senadores sientan la misma asfixie, el mismo malestar en la cultura? Creo que no es a eso a lo que aspiramos. Creo que nos merecemos más. 

Acojo aquí las palabras de Zizek y el concepto que acoge llamado "differentiality": "It does not only matter what the thing is, it also matters at its positive feature what the thing is not: It does not only matter what you say; it also matters what you don't say it while saying what you say, what is only implied in saying what you say. It is not the same  thing coffee without cream than coffee without milk; what you don't get becomes what you get (double negation...). To detect ideological disfunction you should get not only what is said but also what is not said."

La moralidad conservadora nos ahoga, nos asfixia, y pienso que el enfoque que tiene más urgencia aquí no es el de los actos de los senadores sino las reacciones viscerales que concentran en ellos, aún las instrumentalistas pues conllevan riesgo. Más que concentrar en el asunto de develar las "dobles vidas" de los políticos, debemos aprovechar para propiciar debates sustantivos que contraresten el éxito patologizador de esa moralidad y busquemos las formas (hay que reimaginarlas) para que maduremos hacia una sociedad más segura de sí y de sus estilos de vida múltiples y complejos. Una pregunta sería por qué constantemente las figuras públicas, los políticos, los y las personas que ocupan cargos públicos tienen que vivir en esa hipocresía, se sienten compelidos a hacerlo. ¿por qué tiene éxito una nota como esta, no ya sobre senadores sino sobre prácticamente cualquiera? Claro está, los elementos sustantivos y las diferencias habría que discutirlos como sociedad. La prensa puede preguntar mucho más y de maneras más inteligentes. Convertir esto no en un escándalo personal sino en un tema de políticas públicas, por ejemplo. 

Pero lo que sí nos urge y me parece ineludible es la pregunta de ¿Cuándo, cómo y por qué permitimos que esa llamada hipocresía se convirtiera, no ya en la excepción, sino en la norma? No solo son hipócritas dos senadores, es hipócrita el país y la moralidad que se impone cual biopoder sobre nuestros cuerpos y nuestro actuar: "We all know about our catastrophes, dice Zizek, but somehow we all act as if there is no catastrophe". Porque para mí no bastaría desenmascarar la hipocresía individual de dos políticos, tendríamos que propiciar de alguna manera que se hable de lo que no se habla: de los modos de vida, de las clasificaciones perniciosas que transversalmente nos marcan, de la frontera imaginaria entre la esfera de lo privado y lo público, de las líneas que cruzan estas fronteras, por parte del gobierno, sí, pero también por parte de los otros que nos rodean -que dicho sea de paso, pueden ser igual de opresoras- de las apariencias, de lo aceptado y de lo excluido. 

Es más, de primera intención se me ocurre no atacar al Senador sino decirle: "Vamos a ver señor Senador, no nos parece un problema que tenga la vida sexual que más placer le cause, que asuma su sexualidad según la quiera asumir, que sea soltero, casado, o no asuma ninguno de los estatus sociales o códigos normativos imperantes, es más, no le vamos a atacar; ahora bien, contéstenos: en el ejercicio de su función legislativa: ¿qué criterios de política jurídica utilizaría sobre la línea entre lo íntimo y lo público? ¿sobre lo que debe considerarse pornografía? ¿sobre la libertad individual de los individuos en escoger sus estilos de vida privados sin recibir la violencia mediática a la que usted ha sido expuesto y en que para algunos ha resultado en violencia física?" (ya por ejemplo, el Gobernador dió respuesta sin que se problematizara esta línea). "En todo caso, señor Senador, usted asume el estilo de vida que le haga más libre como individuo, a eso tiene derecho y en eso nos entendemos bien, pero dígame una cosa ¿por qué, qué pasó que se empeña en restringirle violenta y discursivamente el estilo de vida, la libertad e intimidad a sus iguales, a sus conciudadanos?", "¿Debe el Estado intervenir en esto?". ...

Y me pregunto si acaso no sería mejor hablar, preguntarnos en voz alta y exigir respuestas de quienes estén en el poder (también exigir más de parte de los periodistas), sobre estos temas de intimidad versus lo que es público, sobre la diversidad y heterogeneidad en las alternativas de vida, sobre los derechos y libertades individuales que no tendrían porqué estar sujetos ni siquiera a las mayorías, sobre lo que es o no pornografía, sobre la ética y lo político. Quizás esté pidiendo mucho, pero me niego a seguir viendo los posts de las fotos sin más o a que el asunto quede en la debacle pública de un Senador que "regresó a la soltería", con tanto otro que tiene por lo cual rendir cuentas al país.

Finalmente, pienso que también conviene y sobre todo me parece vital preguntarnos en voz alta: ¿Qué narrativas, qué país, qué entornos y discursos los llevaron tanto a estos senadores como al resto de políticos y -me atrevería a decir- a una mayoría de la sociedad -de manera violenta, normalizada y pasmosa- a asumir la misma hipocresía colectiva capaz de algún día ser develada-chantajeada, a esa vida doble sujeta a una catástrofe por venir? ¿Qué malestar en la cultura sobre nuestras vidas individuales y colectivas es este en el que estamos atrapados y sobre el cual la máxima autoridad moral y política la tiene SuperExclusivo, es decir, "La Comay"?

¿Qué hacemos con ese malestar cultural que produce tanta violencia, tanto dolor, y en última instancia, mucho más mal que lo que pueda hacer un político de turno en el Senado, sí, porque es una especie de malestar en la cultura colectivo que está en todas partes, que encarna los cuerpos en esta isla-país y lamentablemente, dicta su juicio, su violencia y su poder de manera implacable e irreductible. 

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