Que sean hoy los Testigos de Jehová los que quieren 'entrar' con pretensiones evangelizadoras, que fueran ayer los no-residentes de Ocean Park los que querían 'entrar' para 'usar las playas'; que de dónde sale el dinero pagar el beeper para 'entrar' cuando no hay 'guardia de seguridad' o mantener el portón abierto en ciertas horas del día, o que sea un Juez federal quien 'dicte la orden' para ejercer la 'libertad religiosa', son todos elementos o subincisos de otro fenómeno más importante, me parece: esa creciente incomodidad con la co-existencia, ese miedo e inseguridad avasallador y colonizador, esa angustia por la demarcación que ya no solo excluye sino que hace desaparecer -ni siquiera reinventar- cualquier asomo de la otrora sociedad.
(La foto es de Roberto Gargarella) |
Algo de esto en esta entrevista a Zygmunt Bauman (colgada en Libros Colgados):
ZB: "La misma tendencia (la de cerrar los espacios) prevalece en todos los continentes. Se trata de otro intento desesperado de separarse de la vida incierta, desigual, difícil y caótica de “afuera”. Pero las vallas tienen dos lados. Dividen el espacio en un “adentro” y un “afuera”, pero el “adentro” para la gente que vive de un lado del cerco es el “afuera” para los que están del otro lado. Cercarse en una “comunidad cerrada” no puede sino significar también excluir a todos los demás de los lugares dignos, agradables y seguros, y encerrarlos en sus barrios pobres. En las grandes ciudades, el espacio se divide en “comunidades cerradas” (guetos voluntarios) y “barrios miserables” (guetos involuntarios). El resto de la población lleva una incómoda existencia entre esos dos extremos, soñando con acceder a los guetos voluntarios y temiendo caer en los involuntarios.
-¿Por qué se cree que el mundo de hoy padece una inseguridad sin precedentes? ¿En otras eras se vivía con mayor seguridad?
ZB: Cada época y cada tipo de sociedad tiene sus propios problemas específicos y sus pesadillas, y crea sus propias estratagemas para manejar sus propios miedos y angustias. En nuestra época, la angustia aterradora y paralizante tiene sus raíces en la fluidez, la fragilidad y la inevitable incertidumbre de la posición y las perspectivas sociales. Por un lado, se proclama el libre acceso a todas las opciones imaginables (de ahí las depresiones y la autocondena: debo tener algún problema si no consigo lo que otros lograron); por otro lado, todo lo que ya se ganó y se obtuvo es nuestro “hasta nuevo aviso” y podría retirársenos y negársenos en cualquier momento. La angustia resultante permanecería con nosotros mientras la “liquidez” siga siendo la característica de la sociedad. Nuestros abuelos lucharon con valentía por la libertad. Parecemos cada vez más preocupados por nuestra seguridad personal... Todo indica que estamos dispuestos a entregar parte de la libertad que tanto costó a cambio de mayor seguridad.
-Esto nos llevaría a otra paradoja. ¿Cómo maneja la sociedad moderna la falta de seguridad que ella misma produce?
ZB: Por medio de todo tipo de estratagemas, en su mayor parte a través de sustitutos. Uno de los más habituales es el desplazamiento/trasplante del terror a la globalización inaccesible, caótica, descontrolada e impredecible a sus productos: inmigrantes, refugiados, personas que piden asilo. Otro instrumento es el que proporcionan las llamadas “comunidades cerradas” fortificadas contra extraños, merodeadores y mendigos, si bien son incapaces de detener o desviar las fuerzas que son responsables del debilitamiento de nuestra autoestima y actitud social, que amenazan con destruir. En líneas más generales: los ardides más extendidos se reducen a la sustitución de preocupaciones sobre la seguridad del cuerpo y la propiedad por preocupaciones sobre la seguridad individual y colectiva sustentada o negada en términos sociales.