Miguel Rodriguez Casellas, decano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica, publicó esta columna en El Nuevo Día hace un mes. Su planteamiento es interesante en tanto cuestiona lo que percibe como un monopolio de la esfera pública por parte de cierto discurso ambiental proveniente de la Ciencia, al que concibe, además, como ecofascista. Me atrae su planteamiento por muchas razones, una de ellas es que ciertamente parece haber un intento de colonizar los conflictos ambientales (que sabemos no son exclusivamente "ecológicos") con el velo, la legitimidad y la ya cuestionada objetividad de la Ciencia. Así, todo aquel que no sea científico es atacado y no puede emitir opiniones o juicios públicos sobre lo deseable de cierto proyecto o la toma de decisión gubernamental. Esto hace que tanto el gobierno, como en ocasiones la academia y el sector privado, quieran limitar el debate público y reconocer sólo a los "expertos" y científicos como los únicos con capacidad para emitir juicio sobre asuntos de interés público. Un ejemplo de esto es el tan sonado epíteto de seudo-ambientalistas que sectores conservadores usan contra los activistas y grupos comunitarios. Asimismo, los anuncios y la costosa publicidad usada por grandes compañías que alegan tener "la verdad" en tanto tienen de su parte a reconocidos científicos (caso del Corredor Ecológico).
Creo que Rodríguez Casellas se refiere también a otros asuntos, con los que coincido, por ejemplo el acaparamiento producido por la discusión del calentamiento global desde una perspectiva muy estrecha y excluyente. Invito a que discutamos sus planteamientos, no sin antes expresar que me parece que en nuestro caso, el discurso de la Ciencia no es aún, por suerte y pese a muchos intentos, el que acapare el debate público, y aún si el ambientalismo tuviera presencia protagónica, su presencia discursiva, me atrevería a decir, es heterogénea y la ciencia no tiene aún un efecto totalizador sobre el ambientalismo en Puerto Rico. Como bien ha señalado en varios escritos la profesora Carmen Milagros Concepción, los reclamos ambientales en Puerto Rico y por ende el activismo ambiental, tienen precisamente contornos comunitarios, de clase, culturales y raciales, y coincide con otros asuntos estructurales muy fuertes como la pobreza, el acceso a los recursos, entre otros.
A continuación la columna.
Ecofascismo
Miguel Rodríguez Casellas
09-Agosto-2007
El planeta se queda con todo. Monopoliza la conversación a un ritmo más agresivo que el de su calentamiento global. Suprimido yace lo particular; aniquilado cualquier matiz de pluralidad por un discurso apocalíptico que a todos empuja al mismo rol de víctimas del cataclismo autoinfligido. Así se extinguen las discusiones de diferencia, clase, raza, género.
Alguien quiere que no se hable de otra cosa. Cualquier desviación temática enfrenta un remate asesino frente a la irrelevancia que induce el sentido de emergencia ambiental. Los devastadores efectos comienzan a sentirse en el mundo académico. Ahora todo es ciencia, matemática, o cualquier cosa mercadeable, como solución a la crisis planetaria. Lo demás es cuento, literatura, espacios de discusión y debate que si no son protegidos morirán antes que la Tierra.
Pregoneros ambientalistas emulan las letanías del fundamentalismo religioso. Cuestionarlos atrae las mismas miradas de odio. Quien hable de la belleza y el deseo faltará al decoro. Recibirá el mismo trato que el puerco que no escatima en generar basura. Y es una pena, porque es la insatisfacción del deseante—manufacturada por la mercadotecnia capitalista—la que lleva en todo caso a despilfarrar recursos finitos. Pero eso es poesía, que poco importa en la escasez.
Se controlan las ideas acaparando la discusión, cortando las ramas de un tronco imaginario que jerarquiza el conocimiento en castas. De eso no se habla porque figúrate, mañana no va a haber alimento en el mundo y nada importa más. Cuando mayor conciencia debía haber de las tensiones socioculturales que atentan contra la convivencia en el planeta es cuando menos se quieren abordar. Lo verde se utiliza entonces para forzar un consenso, suavizar cualquier filo radical y transferir la culpa capitalista al consumidor. ¡Qué conveniente!
El mensaje ecológico es demasiado importante para dejarlo en manos de quienes escudan sus verdaderas intenciones tras un ademán de dislexia ideológica. Ecofascistas los hay. De verde también se viste la esvástica.
http://www.endi.com/XStatic/endi/template/notatexto.aspx?t=2&n=259602 09/08/2007