La práctica de visitar cementerios en ciudades hipervisibles parece ser común por algunos viajeros. Yo, por ejemplo, lo acepto, he estado en los cementerios de las grandes ciudades y países que he visitado. No faltaba más... dejar de visitar la tumba de Salvador Allende!. Bueno, así que he andado por los cementerios en Santiago, Cambridge, Philadelphia, La Habana, Buenos Aires. En fin, la práctica siempre es solemne y aunque no me concentro exclusiva y necesariamente en las personalidades preservadas por la memoria, es inevitable caminar por los senderos y toparse con las más visitadas y fotografiadas... Y aquí, sobre este tema y siguiendo con Lalo y Los Países invisibles, les comparto su excelente reflexión sobre la belleza de los cementerios, no por razón de quienes están allí inmortales, sino por la belleza del pasar del tiempo y la desmemoria. Su visita a la tumba de Marx (que no fue a quien fue a visitar!, sino a la belleza de libre de lo abandonado), le confirmó lo horroroso de la hipervisibilidad y de la "extensión indefinida del recuerdo":
"Recorrí el cementerio inolvidable. Alrededor de mí yacían tumbas cavadas en torno a 1850. El tiempo y la vegetación extraordinariamente tupida, les concedía la belleza libre de lo abandonado. las raíces d elos árboles, qe crecieron alrededor de las lápidas por bastante mas de un siglo, las sacaban de la perfección horizontal con la que fueron creadas, y ahora se proyectaban al cielo en una multitud de ángulos. Me adentré los estrechos casi imperceptibles senderos descubriendo entre las enredaderas verdaderos bosques de lajas de mármol. Era un lugar para una emoción intensa y pacífica, como sólo puede crear el olvido de los hombres. Por ello es que ciertas ruinas son bellas, porque han sido desmemoriadas, nadie tiene que ver con ellas, nadie las hace demasiado humanas.
Una hora más tarde, regresé a la tumba de Marx. Una enorme y grotesca cabeza de bronce, sin cuello, corona el monumento como un tomate clavado en un lápiz. Era la única de ese tipo que había visto en todo mi recorrido. Alguien había dejado en su base un ramo de flores con el precio y el código de barras plenamente visibles. La ironía de la imagen, era tan cruda, que no mereció siquiera una foto.
Era evidente que a tumba de Marx había sido diseñada para que la naturaleza no la invadiera. Era un memorial, un lugar para la extensión indefinida del recuerdo. Resultaba, por esto mismo, poderosamente horrible. No hay nada menos presentable que esta fe en la inmortalidad, que esta eternización de los efímeros intentos humanos. La obra del filósofo ha sido dañada (acaso para siempre) por los que pretendieron transformar la realidad con ella, por todos sus Lenins.
En el Highgate Cementery la belleza abundaba, excepto en la tumba de Carlos Marx".
"Recorrí el cementerio inolvidable. Alrededor de mí yacían tumbas cavadas en torno a 1850. El tiempo y la vegetación extraordinariamente tupida, les concedía la belleza libre de lo abandonado. las raíces d elos árboles, qe crecieron alrededor de las lápidas por bastante mas de un siglo, las sacaban de la perfección horizontal con la que fueron creadas, y ahora se proyectaban al cielo en una multitud de ángulos. Me adentré los estrechos casi imperceptibles senderos descubriendo entre las enredaderas verdaderos bosques de lajas de mármol. Era un lugar para una emoción intensa y pacífica, como sólo puede crear el olvido de los hombres. Por ello es que ciertas ruinas son bellas, porque han sido desmemoriadas, nadie tiene que ver con ellas, nadie las hace demasiado humanas.
Una hora más tarde, regresé a la tumba de Marx. Una enorme y grotesca cabeza de bronce, sin cuello, corona el monumento como un tomate clavado en un lápiz. Era la única de ese tipo que había visto en todo mi recorrido. Alguien había dejado en su base un ramo de flores con el precio y el código de barras plenamente visibles. La ironía de la imagen, era tan cruda, que no mereció siquiera una foto.
Era evidente que a tumba de Marx había sido diseñada para que la naturaleza no la invadiera. Era un memorial, un lugar para la extensión indefinida del recuerdo. Resultaba, por esto mismo, poderosamente horrible. No hay nada menos presentable que esta fe en la inmortalidad, que esta eternización de los efímeros intentos humanos. La obra del filósofo ha sido dañada (acaso para siempre) por los que pretendieron transformar la realidad con ella, por todos sus Lenins.
En el Highgate Cementery la belleza abundaba, excepto en la tumba de Carlos Marx".