18.11.09

columna: Cartas a los Jueces

18-NOVIEMBRE-2009 | EFRÉN RIVERA RAMOS

CATEDRÁTICO DE DERECHO

Cartas a los jueces

En pleno apogeo del régimen nazi en Alemania, el entonces ministro de Justicia de Hitler le envió una serie de comunicaciones a los jueces alemanes. Esas “cartas a los jueces”, como se les ha llegado a conocer en la posteridad, tenían un propósito simple: “orientar” a los jueces de todos los niveles sobre los principios que debían regir sus decisiones, particularmente aquellas que tuvieran implicaciones políticas.


Las cartas expresaban sin ambages que los jueces estaban subordinados al Führer y a su gobierno. Se les instruía que debían interpretar y aplicar la ley según los dictados de la ideología y el proyecto histórico del Partido Nacional Socialista. Si para ello tenían que apartarse de la letra de la ley, según estaba consignada en los códigos y otros textos jurídicos, no debían vacilar en hacerlo. Lo importante era que se lograran los altos propósitos del régimen, del partido y del gobierno.


Esa intervención extrema con la independencia judicial se hacía a contrapelo de lo dispuesto en la Constitución de Weimar, que en su artículo 102 proclamaba: “Los jueces son independientes y están sujetos sólo a la ley”. Para fortalecer este mandato, la Constitución prohibía la destitución o suspensión arbitraria de los jueces, así como el establecimiento de “cortes excepcionales”.


Antes del ascenso de Hitler al poder destacados juristas alemanes habían dedicado innumerables pasajes a comentar este mandato constitucional, preciándose de las protecciones que ese texto fundamental extendía a los ciudadanos frente a los posibles desmanes de los poderes políticos.


Pero esas garantías no fueron obstáculo para que el régimen nacionalsocialista arremetiera desde sus inicios contra la independencia de los jueces en el desempeño de sus funciones.


Pronto el partido comenzó a purgar el sistema de jueces que no se ajustaran a sus requerimientos políticos o cuya procedencia familiar no satisficiera los nuevos requisitos de pureza racial. Se establecieron cortes especiales para juzgar determinados delitos dotadas de jueces afines a los objetivos del partido de gobierno. El gobierno central emitía directrices a los tribunales supremos regionales y aun al Tribunal Supremo de la nación.


Mientras todo ello ocurría, los juristas partidarios de Hitler elaboraron hasta su máxima expresión el llamado “principio del Führer”. El principio afirmaba que el Führer era la fuente última de derecho. Su voluntad debía hacerse cumplir frente a cualquier disposición legal contraria a ella.


Al principio algunos procuraron justificar este entendido con la alegación de que Hitler había sido electo al poder por el pueblo alemán. Y el mandato expresado en las elecciones debía ponerse en vigor por todos los funcionarios del gobierno, incluidos los jueces.


Pero eventualmente aún esa explicación se abandonó, afirmándose que el Führer encarnaba la voluntad de la nación, sin necesidad de plebiscitos o referendum. El “principio del Führer” se estiró a tal grado que Hitler intervendría personalmente en los procesos judiciales, revocando absoluciones o condenas, según su parecer.


Las famosas “cartas a los jueces” no vendrían a ser sino un intento más de validación de todo ese proceso.


Guiados por estos criterios, muchos jueces alemanes privaron de la propiedad, sentenciaron a prisión, enviaron a campos de concentración o condenaron a muerte a innumerables personas. Como sabemos, eventualmente algunos de esos jueces tuvieron que responder por sus acciones. El grupo más notorio fue aquel juzgado en los juicios de Nuremberg, una vez concluida la Segunda Guerra Mundial.


El ejemplo es extremo, lo admito. Pero a veces el relato de lo extremo puede servir para recordarnos que la vigilancia nunca está de más. Y que si bien no puede decirse que estemos ante situación semejante, conviene detectar cualquier asomo de prácticas que nos puedan conducir en dirección parecida -aunque sea remotamente parecida- para atajarlas a tiempo. Después de todo, cuando, por descuido o por lo que sea, se empieza a aceptar con naturalidad la creencia de que las decisiones judiciales deben estar orientadas por los resultados de las elecciones, ¿quién sabe a dónde se pueda llegar?


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