19.11.09

columna: Elevados

19-NOVIEMBRE-2009 | MIGUEL RODRÍGUEZ CASELLAS

BUSCAPIÉ

Elevados

A Schroeder.

Aun cuando desternillen de la risa sus argumentos fariseos de vida comunitaria, los vecinos de Miramar tienen un punto: el propuesto viaducto elevado es una aberración.


Confieso que dejé de simpatizar con los miramarinos desde que les dio con aferrarse al clavo caliente de la historicidad manufacturada del barrio para consolidar su estatus de urbanización cerrada. Dejaron ver entonces, mis distinguidos vecinos de Santurce, un temperamento segregacionista, insolidario y agorafóbico.


Para muestra el PTA de Perpetuo.


No hay por qué asumir la integridad de la historia cuando ha integrado a tan pocos. Por eso tiene más méritos defender al desintegrado Caño que protestar por elevados en la “zona histórica” de Miramar.


Aún así, hay que oponerse a los elevados porque son otra manifestación del boricua que huye por la vía fácil. Es casándome salgo de papi, preñándome salvo la relación, comprando combato la depresión.


Elevar es desahuciar la planta baja de la ciudad, la misma donde desembocan los conflictos y desigualdades que obligan al debate, la convergencia y la participación. Nada que pueda gustarle a un gobierno aferrado a sus tácticas de evasión, que prefiere imponer un segundo piso antes que remodelar. Abajo dejan lo irresuelto: tecatos, peatones, desempleados.


Fue culpa de los “cierres comunitarios”. Al dejar la ciudad sin atajos, la presión por llegar a la anticlimática casa de urbanización forzó una infraestructura elevada. Así se fue desnaturalizando el menguante espacio público.


Quienes no comulgan con este orden son expulsados del País. Como el amigo obligado a emigrar tan pronto se supo estigmatizado por la mayoría bruta. He ahí otro talento desterrado por la complacencia puertorriqueña.


Cuando el extranjerizado artista presenció la construcción del elevado que discurriría sobre su cadáver, empacó el espíritu y se fue a un país con cabeza, porque mientras Puerto Rico corre sin rumbo a 65 millas por hora, hay lugares donde aún se camina despacio, con los pies en la tierra y mejor acompañado.


El autor es decano de la Escuela de Arquitectura de la Politécnica.


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