17.1.12

columna: Universidad y Mercado (Efrén Rivera Ramos).

17 Enero 2012

Universidad y mercado

EFRÉN RIVERA RAMOS

En una conferencia reciente sobre el futuro de la educación universitaria en Gran Bretaña, uno de los ponentes recordó una anécdota sobre Margaret Thatcher muy comentada durante sus días como primera ministra.

Se dice que en una visita a la prestigiosa Universidad de Oxford, la dirigente británica le preguntó a una estudiante qué estudiaba. “Historia”, le contestó ésta. “¡Qué lujo!”, exclamó la gobernante.Aquella reacción de una de las promotoras más fervientes del llamado neoliberalismo económico se tomó como ejemplo de un nuevo enfoque del gobierno británico que privilegiaba la concepción de la educación universitaria como objeto de consumo sujeto, por fuerza, a los criterios del mercado.Desde entonces el debate se ha recrudecido, como lo atestiguan dos artículos publicados en el número más reciente del London Review of Books. 

Uno de ellos, de la pluma de Keith Thomas, profesor retirado de aquella misma universidad y expresidente de la British Academy, cuestiona severamente la visión mercantilista de la universidad que se ha propagado en Europa, Estados Unidos y otras partes del mundo. La búsqueda del saber, propia de las universidades de más alto calibre, dice Thomas, no puede estar sometida a evaluaciones basadas en análisis económicos estrechos. 

Vale la pena citar sus palabras: “El estudio y la investigación avanzados son atributos esenciales de una universidad y algo de esa investigación tendrá aplicaciones sociales e industriales vitales. Pero eso no es su propósito primario, que es el de aumentar nuestro conocimiento y comprensión ya sea del mundo físico o de la naturaleza humana y todas las formas de actividad humana presentes y pasadas. Por siglos, las universidades han existido para transmitir y reinterpretar el legado cultural e intelectual y para proveer un espacio en el que pueda cultivarse libremente el pensamiento especulativo sin consideraciones sobre su valor financiero. En una sociedad libre y democrática es esencial que ese espacio se preserve”.

Similar postura asume el profesor Michael Wood, de la Universidad de Princeton, quien sentencia: “Aquéllos que piensan que los aspectos supuestamente imprácticos de la educación superior son un lujo por los que el estado no debe asumir responsabilidad tienen razón en un sentido perverso. No tendrán que pagar por ellos. Pero sus hijos e hijas sí pagarán, -como lo harán los nuestros– y no con dinero”.

Son numerosas las voces que repiten esta advertencia. En un artículo publicado en The New York Times en el 2009, la presidenta de la Universidad de Harvard aseveró: “Debemos recordar que los colegios y universidades tienen que ver con mucho más que la utilidad medible. De forma distinta quizás a otras instituciones en el mundo, las universidades adoptan una visión de largo plazo y cultivan el tipo de perspectivas críticas que miran mucho más allá del presente. La educación superior no tiene que ver con resultados en el próximo trimestre sino con descubrimientos que pueden tomar –y durar– décadas y aun siglos. Ni las preguntas persistentes de la indagación humanística ni el camino ondulante de la investigación científica que conduce en última instancia a la innovación y el descubrimiento pueden encuadrarse nítidamente en un presupuesto y un itinerario predecibles”.

Los vientos que soplan en Puerto Rico sobre este asunto parecen querernos llevar más en la dirección señalada por Margaret Thatcher, que hacia el horizonte de una universidad dedicada a la promoción del saber y la cultura, independientemente de su valor medible inmediato.La cuestión es de medular importancia en el caso de la Universidad de Puerto Rico. El recorte sustancial de su presupuesto ha obligado a repensar prioridades. Aunque la reestructuración y reorientación de metas y objetivos debe ser parte de un proceso saludable de crecimiento en cualquier institución, lo que puede resultar ominoso son los criterios que se utilicen para tales determinaciones. 

Si prevalecen los del mercado y no los de la misión muchas veces centenaria de las universidades de mayor valía, terminarán el país y las generaciones futuras pagando un costo demasiado alto.

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