La violencia que priva de la palabra*
Pienso en la doble
violencia a la que a diario se exponen aquellos/as que de estar expuestos a la
violencia, quedarían desprotegidos porque la sociedad no les creería su historia, simplemente por ser quienes
son, ser como son, y estar donde están (e.g. ¿mujeres, negros, pobres, inmigrantes, gays,
transexuales, convictos, las ‘mucamas’?).
Pienso en lo violento de estar expuesto a la violencia y sentir que no
importa a dónde acudan, su palabra siempre será devaluada, ignorada, incluso usada en su contra. ¿Quién le cree a una
‘mucama’ dominicana?
Y por lo general, aquellos y aquellas que de por sí están
exponencialmente más expuestos que el resto de la población a la violencia, cargan consigo la presunción de la mentira o al menos de la no-verdad. Y no me
refiero a una mala fama o a una falla de carácter o a la personalidad del individuo de no decir la
verdad o de mentir. Me refiero a que siendo quienes
son, a cómo las percibimos, éstas llevan consigo la tachadura de una subjetividad que les cancela la
posibilidad de que la verdad ‘los haga libres’. Su palabra siempre está en
duda. Tan en duda, que ni la muerte los salva. Se les ha privado de su palabra. Si se piensa un poco, la
vulnerabilidad que conlleva el prejuicio que la sociedad les tiene y que hace
del valor de su palabra cero, es perversamente violenta. Tampoco hay consuelo
en aseverar que la verdad es siempre parcial, pues en todo caso es el proceso
de creación de una verdad oficial lo que al final adquiere una materialidad muy
concreta (valga la redundancia), y ese proceso para algunos, mas no para otros,
siempre empieza en pérdida.
¿Si Trayvon
Martin -y otros como él- hubiese(n) podido narrar su historia, le hubiésemos creído? ¿Le hubiese creído el jurado? ¿Y a la empleada doméstica, a la dominicana, a la ‘mucama’, a ‘la señora que limpia’ le
creemos? ¿Y a una mujer en la cárcel que alega que fue violada por su carcelero? ¿Quién le cree la violencia sufrida a una presa de esas que para algunos ni siquiera merece el voto? ¿A
la ‘prostituta’ que pide la protección de la ley contra acecho? ¿Y a la mujer
‘adúltera’ que busca la protección de la ley de violencia doméstica? ¿A la esposa que fue violada por su marido? Quizás,
pero de plano no; la presunción opera en su contra debido a los dispositivos
discriminatorios y moralistas que se activan. Pero el caso es que no solo no le
creemos a quienes en esas circunstancias fueron víctimas de violencia, sino que
esos y esas que cargan esas subjetividades viven en constante peligro, están en el ojo de la violencia, su
subjetividad los expone a todo tipo de violencia, a la real y a la simbólica.
Haría falta que re-evaluemos urgentemente cuáles son esas subjetividades vulnerables y cómo podemos diseñar instituciones, normas y políticas públicas que las tomen en cuenta. Estaríamos así buscando formas que protejan a los sujetos más desprotegidos contra la violencia que enjendran los prejuicios y la discriminación en sus vertientes más difíciles de atajar: las institucionales, las normalizadas, las invisibles, las más arraigadas. Estaríamos al menos intentando protegernos de nosotros mismos y devolverles su palabra.
*éft
21 de julio de 2013.