El gran y muy querido amigo Vicente* nos comparte este gran escrito/confidencia. Grande Vicente!. Gracias por compartir tus reflexiones y esa gran sensibilidad con nosotro(a)s. Aquí lo compartimos a lo largo y ancho para que llegue a todos los confines posibles...
CONFIDENCIAS DE UN APRENDIZ DE POETA
Este proceso, al que llamaré: el pacífico exhabrupto recurrente, suele deformarse a veces. Las palabras retornan del papel a su casa de origen: el silencio destejado, instante a instante, a mero mirar al panorama del espacio habitado. Éstas, como si se rebelaran al aparentemente arbitrario disponer de ellas, escalan desde el papel hasta donde pueden. Y se cuelgan de los dedos de la mano, de los peldaños de piel alcanzables, en reflejo inverso hasta el reinante interior; y te hacen enfrentarte al colgar de sus formas, curvas o rectas, de sus tildes firmes u onduladas , y acechan como expresando: “--lo que aparenta ser ser un poeta, ¿en realidad lo es?—” Cuestionamiento que prevalece sin respuesta .
Por lo general, el más reciente poema escrito resulta mejor poema que el anterior, suele opinarse, y la apetencia por que el próximo sea mejor es constante. Esa percepción, ¿hace al gestor un poeta o, al menos, un poeta en desarrollo?, si serlo fuera sólo aspirar a ello. Pero las dudas infundadas en capacidades técnicas mayores, no alcanzables todavía, no es lo único; ¿qué de los temblores de íntima instancia que no siempre ocurren, aún ante el estímulo más deslumbrante, y que impartirían un sello imprescindible al estado ideal aspirado? El juicio valorativo transforma, pero no detona la emoción hacia una cúspide. ¿Es el poeta blanco siempre de algo no anticipable y superior a su simpleza mortal? Ser poeta, por antonomacia, ¿es ser un mensajero inconsciente de serlo y de vocación desconocida? Mensajes, ¿de dónde, de quién, de qué?; ¿es inventable la poesía o se descubre con mayor o menor esfuerzo si se es poeta? ¿Es que hay otro ente iluminado hablando a través de la voz propia?
Pienso, aún sin certeza, que los temas abordados en la obra podrían dar una clave para detectar movimiento hacia el estado de la poesía, un posible resquicio revelador; un vaivén con cierto grado de constancia en la textura y la horma de los textos, en un contexto vivencial autenticado bajo ese velo del cual se ignora procedencia, y esto podría darnos un indicio. Decir, en conminación al casi “no decir”, como prevención del exceso, idealmente ajeno del medio poético; silencio audible a través de la alusión involuntaria y sin pretensiones mayores; algún desdoblamiento dentro del mundo de los signos ignorados y hasta elusivos; diría anónimos. En una secuencia desordenada de ideas inverosímiles, lograr decir algo aprehendible en el recuerdo o, como magia, en el ánimo instantáneo.
Por otra parte, de los llamados poetas consagrados, innovadores ya reconocidos, al leerlos resulta difícil no adoptar rasgos de vez en cuando, que se enviajan inadvertidamente o con toda intención, en la fuerza conceptual, el ritmo, el destello poético, o en la tradición literaria. Imito hasta saciarme y lo abandono; imito hasta desarrollar una intuición propia de mi propia voz, luego de reconocer la solidez del punto de partida . Hacerlo, ¿resulta un plagio inmisericorde o un homenaje ambiguamente íntimo? Entretanto, navegar entre los versos de poetas atrayentes puede llegar a ser adictivo al punto de nunca poder abandonarlos hasta naufragar en sus aguas de sonora turbulencia eterna o de sublime serenidad. En la poesía, ¿es como se dice lo dicho, lo determinante?
Aún no sé si soy poeta, si todo consiste en querer serlo o si todo ha de quedar en el logro escalonado de una destreza —que han de juzgar los demás—de la redacción de versos austeros y de buen fluir, en la pérdida paulatina de volumen textual, en el logro esporádico de musicalidad, cadencia, al cabo de tanto taller insistente. O si, por otro lado, la verdadera poesía ha nacido en el impulso y no en la obra. Y ése, en ese solo logro, quedaré.
marzo 2009
*Vicente Quevedo Bonilla