25-FEBRERO-2010 | MANOLO NÚÑEZ NEGRÓN
BUSCAPIÉ
In re
Siempre me pareció que el calvario público que padeció Ferdinand Mercado hace unos años, cuando se le nominó al puesto de juez presidente del Tribunal Supremo, puso al descubierto muchas de las intrigas y los prejuicios de clase que organizan el sistema judicial puertorriqueño. Nadie lo dijo entonces, pero buena parte de la oposición a su nombramiento respondió a criterios que en nada tenían que ver con sus capacidades o su conocimiento del derecho. El blanquitismo, o sea. Por desgracia, los últimos tres magistrados elevados a ese alto y discreto foro, no pasaron por un proceso de escrutinio semejante y se presentaron ante el augusto Senado en alegre montón. Ahora ya están apoltronados en sus butacas de cuero, dedicándose a lo suyo que es darle expresión al último mandato electoral, al decir torpe, francamente ordinario, de su excelencia el honorable Martínez Torres.
Cada cierto tiempo, el país los ve vestidos con sus togas, solemnes, y respira en paz al pensar que funcionarios tan ilustres tienen en sus manos el porvenir de nuestras vidas. En efecto, tranquiliza pensar que quienes están a cargo de interpretar las leyes poseen atributos, aptitudes, talentos superiores al común de los mortales, y que no pierden el tiempo, digamos, discutiendo la ubicación de un pesebre en un pasillo, como las comadres halándose las greñas en la guardarraya. Pero la experiencia enseña que esa es una impresión del todo falsa: con más frecuencia de lo que se cree, aquéllos que ocupan posiciones de envergadura en la judicatura, la economía y la política, pueden ser mucho más pedestres y trogloditas, más maquiavélicos y parciales, que el ciudadano de a pie.
No sé, al día de hoy, desde qué parámetros intelectuales se debe juzgar la corte actual. El tiempo dirá. Lo que sí sé, en cambio, es que el espectáculo partidista que allí está teniendo lugar recuerda cuán alejada, cuán distante, puede llegar a estar la razón de la justicia y el sentido común.