Ya son propietarios
É R I KA FO N T Á N EZ TO R R ES CAT E D R Á T I CA ASOCIADA DE LA ESCUELA DE DERECHO DE LA UPR <
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L as comunidades del Caño Martín Peña ya son dueñas de la tierra. Eso es lo que le incomoda a unos pocos con poder económico y político. Por eso, buscan quitarles su propiedad. Las comunidades que por décadas han recibido las falsas promesas y el embate de la grandilocuencia de los "títulos de propiedad", ya no dependen de políticos. No necesitan que cada cuatrienio vayan a chantajearlos prometiéndoles "p ro p i e d a d " mientras los perpetúan en la pobreza.
Ya son dueños de la tierra, propietarios del Fideicomiso y como tal debe respetárseles.
A través de nuestra historia los políticos han hecho uso demagógico y prepotente de la retórica de "títulos de propiedad". Prometiendo progreso mediante la entrega clientelista de títulos, no han logrado sino la perpetuación de condiciones de pobreza extrema, desplazamientos y expropiaciones para dar lugar a grandes desarrollos.
El abuso de los conceptos "título", "dueño" y "p ro p i e t a r i o " enmarca gran parte de nuestra historia de desigualdades, pobreza y clientelismo político. Habría que terminar con la supuesta neutralidad de esos términos y apuntalar que hay diversos tipos de "p ro p i e t a r i o s ". Es hora de abordar con seriedad estos conceptos. La realidad es que ser "dueño" no significa lo mismo en todos los contextos y mucho menos en los de pobreza extrema. Es imperativo reconocer que estamos en una sociedad profundamente desigual que protege a los propietarios con poder económico y castiga a los propietarios p o b re s.
Mediante una falsa neutralidad se ha mantenido la apariencia de que un "título de propiedad" de una estructura precaria, sin alcantarillado sanitario y encima de agua contaminada, es igual que el título de propiedad de las residencias en zonas privilegiadas. No es lo mismo tener el "título" de una propiedad de $500,000 que ser "dueño" de un lotecito hacinado, irregular, sin infraestructura y con el riesgo de un poste de alto voltaje encima. Quienes prometen "justicia social" a través de supuestos títulos saben que otorgarlos en esas condiciones asegura el desplazamiento de ese "dueño" p o b re cuando se enfrente a un futuro "dueño" con poder económico para desplazarlo y construir ahí un desarrollo en el que el primero no podrá entrar jamás.
Por eso, en el Caño escogieron ser otro tipo de "dueños", una categoría de dueños con aún más poder: tienen un título sobre sus casas, el derecho a edificar y otro grupal sobre la tierra.
Estudiaron el menú jurídico propietario en busca de un mecanismo que les garantizara "p ro p i e d a d " pero con permanencia y garantía de que la suma de sus propiedades les permitirá revitalizar y aumentar el valor para todos. Seleccionaron de la gama de mecanismos jurídicos disponibles para maximizar su tierra y mejorar sus condiciones. Eso es el Fideicomiso de la Tierra.
Pero a unos pocos -acostumbrados a utilizar ese menú jurídico en sus negocios- les incomoda que sean los pobres quienes lo utilicen. Y es que los "fideicomisos", "corpora ciones", "usufructos" y "derechos de superficie" son mecanismos jurídicos utilizados a diario por los señores corporativos para obtener grandes ganancias. Habría que preguntarse por qué ahora cuestionan a las comunidades del Caño que -para salir de la pobreza, revitalizar, dragar el Caño y tener vivienda decente- han utilizado el Fideicomiso para lograr lo que el Gobierno nunca les podrá garantizar.
Hay una doble vara en la retórica. Si la filosofía es que el "p r i va d o " es el "dueño" de Puerto Rico, aquí los privados son precisamente las comunidades del Caño. Si los fideicomisos y otros mecanismos jurídicos del mundo de los negocios son buenos para quienes cuentan con capital, ¿por qué no son buenos para la gente del Caño?.
El Fideicomiso de la Tierra hace a los residentes del Caño propietarios fuertes; tienen mucho más que un título individual vacío que perpetúa sus condiciones de injusticia. Tienen una herramienta jurídica que les da futuro y les hace verdaderos d u e ñ o s.
¿Por qué quitársela?
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