13.7.09

Mensaje de Sotomayor

"Gracias, señor presidente. También deseo agradecerles a los senadores Schumer y Gillibrand por sus gentiles presentaciones. En semanas recientes, he tenido el privilegio y placer de reunirme con 89 amables senadores, incluidos todos los miembros de este comité. Les agradezco por el tiempo que me han dedicado. Nuestras reuniones me han permitido realizar un informativo recorrido por los 50 estados y me han brindado un invalorable conocimiento del pueblo estadounidense.

Hay innumerables familiares, amigos, asesores, colegas y secretarios judiciales que contribuyeron enormemente durante muchos años para hacer posible este día. Les agradezco profundamente su cariño y apoyo. Deseo agradecerle en particular a mi mamá. Estoy hoy aquí debido a sus aspiraciones y a los sacrificios que hizo por mi hermano Juan y por mí. Mamá, me encanta que estemos compartiendo esto juntas.Le agradezco mucho al Presidente y me siento humildemente honrada de estar hoy aquí como candidata a la Corte Suprema de Estados Unidos.

Los sucesos de mi vida han sido singularmente estadounidenses. Mis padres salieron de Puerto Rico durante la Segunda Guerra Mundial. Crecí en circunstancias modestas en un barrio de viviendas subsidiadas en el Bronx. Mi padre, obrero de fábrica con sólo tres años de educación primaria, falleció cuando yo tenía nueve años.

Mi madre nos crió sola a mi hermano y a mí. Nos enseñó que la clave del éxito en Estados Unidos es una buena educación. Y nos dio el ejemplo estudiando junto a mi hermano y a mí en la mesa de nuestra cocina para hacerse enfermera diplomada. Nos esforzamos mucho. Me dediqué plenamente a mis estudios en la escuela secundaria Cardinal Spellman, y obtuve becas a la Universidad de Princeton y luego la Facultad de Derecho de Yale, mientras que mi hermano estudió medicina. Nuestros logros se deben a los valores que aprendimos de niños, y éstos han continuado guiando lo que me propongo en la vida. Trato de inculcarles este legado a mis muchos ahijados y estudiantes de todos los orígenes de quienes soy consejera y amiga.

Durante las últimas tres décadas, he observado nuestro sistema judicial desde diferentes perspectivas: como fiscal de una gran ciudad, abogada litigante de empresas, juez de primera instancia y juez de apelaciones. Mi primer trabajo tras terminar la carrera de derecho fue como fiscal adjunta en Nueva York. Allí, vi la explotación y el abuso infantil. Sentí el sufrimiento de los familiares de las víctimas, destrozados por la muerte innecesaria de un ser querido. Y aprendí sobre lo difícil que es la labor que realizan las agencias de la ley para proteger la seguridad pública. En mi siguiente empleo como abogada, me concentré en asuntos comerciales en vez de criminales. Litigué asuntos a favor de empresas nacionales e internacionales, y las asesoré sobre una variedad de asuntos, desde contratos hasta marcas registradas.

Mi carrera de abogada concluyó—y mi carrera de jueza se inició— cuando el Presidente George H.W. Bush me nombró al Distrito Sur de Nueva York de la Corte de Distrito de Estados Unidos. Como juez de primera instancia, sentencié más de 450 casos y presidí decenas de juicios, y quizá mi caso más conocido sea el relacionado con la huelga de las Ligas Mayores de Béisbol en 1995.

Tras seis extraordinarios años en la corte de distrito, el Presidente William Jefferson Clinton me nombró a la Corte de Apelaciones del Segundo Distrito de Estados Unidos. En ese tribunal, he gozado del beneficio de intercambiar ideas y perspectivas con colegas maravillosos mientras trabajamos juntos para resolver los casos ante nosotros. Llevo más de una década como jueza de apelaciones, dictaminando sobre una amplia variedad de asuntos constitucionales, estatutorios y otros tipos de asuntos legales.

Durante los 17 años que he estado en un tribunal, he sido testigo de las consecuencias humanas de mis fallos judiciales. Esos fallos han sido emitidos no para favorecer a un litigante en particular, sino siempre para atender los intereses superiores de la justicia imparcial.

En el último mes, muchos senadores me han preguntado sobre mi filosofía judicial. Es muy simple: ser fiel a la ley. La labor de un juez no es formular leyes sino aplicar las leyes.Y en mi opinión, está claro que mi historial en dos tribunales refleja mi riguroso compromiso con interpretar la Constitución según sus términos; interpretar los estatutos según sus términos y lo que se proponía el Congreso y ceñirme fielmente a los precedentes establecidos por la Corte Suprema y mi Corte de Distrito. En cada caso en los que he participado, he aplicado la ley a los hechos en cuestión.

El proceso de dictar sentencia mejora cuando los argumentos y las inquietudes de las partes en el litigio se comprenden y reconocen. Es por eso que por lo general estructuro mis opiniones presentando lo que exige la ley y luego explicando por qué, una posición contraria se acepta o rechaza, aunque yo simpatice o no con ella. Es así que procuro reforzar tanto el imperio de la ley como la fe en la imparcialidad de nuestro sistema de justicia. Mis experiencias personales y profesionales me ayudan a escuchar y comprender, con la ley siempre rigiendo los resultados en todos los casos.

Desde que el Presidente Obama anunció mi candidatura en mayo, he recibido cartas de gente en todo el país. Muchas cuentan casos únicos de esperanza a pesar de dificultades. Cada una de las cartas me ha conmovido profundamente. Cada una refleja convicción en el sueño que llevó a mis padres a venir a Nueva York hace tantos años. Es nuestra Constitución la que hace posible ese sueño, y ahora voy en pos del honor de defender la Constitución como jueza de la Corte Suprema.

Estoy deseosa de responder a sus preguntas en los próximos días, de dejarle saber más sobre mí al pueblo estadounidense y de ser parte de un proceso que refleja la grandeza de nuestra Constitución y de nuestra nación.

Gracias.

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