11-AGOSTO-2009 | HUÁSCAR ROBLES CARRASQUILLO
BUSCAPIÉ
Hogar
Cuando Luisa – en aquel entonces Louisienne – llegó a las costas de Puerto Rico, migró por toda la isla hasta refugiarse en Loíza. Ese mundo de sol y rostros negros le recordaba a su adorada Haití.
No podía imaginar vivir en otro lugar. Su piel y su ritmo se arraigaron a aquel rinconcito frente al mar. Y ese fue su hogar.
El hogar nos llama; gravitamos hacia él sin conciencia ni razón. El indeleble lazo entre tierra y hombre es espontáneo. España penetró a Puerto Rico; su riqueza le era irresistible e irasciblemente se discute si pertenecían juntos.
Es penetración y germinación; cultura y comunidad. Y eso no se niega. Excepto con machete y amenazas. Sufren así desde taínos a toabajeños. No se respeta el vínculo entre carne y polvo.
En semanas, días vemos el vaivén mediático de los desalojos de Villas del Sol. Cultura mutilada, sueños quebrantados, como si quince años viviendo allí no rindieran generaciones, hermandad, raíces.
“No, que si ellos invadieron y no pagan luz, agua ni CRIM”, gritan tantos. Invadimos todos y resquebrajamos la ciudad, el campo y la playa; es lo que pasa cuando se juntan sangre y tierra. A los colonos de La Parguera no le cortaron la luz, ¿cierto?
No todos podemos, sin embargo, sufragar el techo de la tierra, ni el arroz, ni las habichuelas y el Estado, quien se comprometió a defender a los que no tienen, ahora se retracta.
Que si FEMA, que si porra. Aquellos fondos federales no se usaron de forma sensata para reubicar a Villas del Sol en el 2001 cuando peligraban por inundaciones. Ahora, el “bulldog” desarrollista olfatea, le echa el ojo y arranca de raíz a todo un órgano comunitario.
¿Adónde irá Luisa? ¿A dónde irá Villas del Sol, sin hogar, sin luz, sin techo? ¿Dónde están las promesas de un Puerto Rico igualitario? No están –por cierto– en nuestro hogar.
El autor es crítico cultural y periodista.