"Los sistemas ideológicos son ficciones (ídolos del teatro, hubiese dicho Bacon), novelas –pero novelas clásicas provistas de intrigas y crisis, de personajes buenos y malos (lo novelesco es otra cosa: un simple corte no estructurado, una diseminación de formas: la maya). Cada ficción está sostenida por un habla social, un sociolecto con el que se identifica: la ficción es ese grado de consistencia en donde se ha cristalizado excepcionalmente y se encuentra una clase sacerdotal (oficiantes, intelectuales, artistas), para hablarlo comúnmente y difundirlo.
“…Cada pueblo posee un universo de conceptos matemáticamente repartidos, y bajo la exigencia de la verdad, comprende que desde allí en adelanta todo dios conceptual debe sólo ser buscado en su esfera? (Nietzsche): estamos todos capturados en la verdad de los lenguajes, es decir, en su regionalidad, arrastrados por la formidable rivalidad que reglamenta su vecindad. Pues cada habla (cada ficción) combate por su hegemonía y cuando obtiene el poder se extiende en lo corriente y lo cotidiano volviéndose doxa, naturaleza: es el habla pretendidamente apolítica de los hombres políticos, de los agentes del Estado, de la prensa, de la radio, de la televisión, incluso el de la conversación; pero fuera del poder, contra él, la rivalidad renace, las hablas se fraccionan, luchan entre ellas. Una despiadada tópica regula la vida del lenguaje; el lenguaje proviene siempre de algún lugar: es un topos guerrero.
…
No hay otro medio para que estos sistemas hablados dejen de perturbar o incomodar más que habitar alguno de ellos. Si no: ¿y yo, y yo, qué es lo que hago en todo esto?
-R. Barthes, El placer del texto