"Toda una mitología menor tiende a hacernos creer que el placer —y específicamente el placer del texto— es una idea de derechas. La derecha, con un mismo movimiento, expide a la izquierda todo lo que es abstracto, incómodo, político, y se guarda el placer para sí: ¡sed bienvenidos, vosotros que venís al placer de la literatura! Y en la izquierda, por moralidad —olvidando los cigarros de Marx y de Brecht—, todo «residuo de hedonismo» aparece como sospechoso y desdeñable.
En la derecha, el placer es reivindicado contra el intelectualismo, la «intelligentzia»: es el viejo mito reaccionario del corazón contra la cabeza, de la sensación contra el raciocinio, de la «vida» —cálida— contra la «abstracción» —fría—: ¿debe entonces el artista seguir el siniestro precepto de Debussy «tratar humildemente de dar placer»? En la izquierda, el conocimiento, el método, el compromiso, el combate, se opone al «simple deleite» —y sin embargo ¿si el conocimiento mismo fuese delicioso?—.
En ambos lados encontramos la extravagante idea de que el placer es una cosa simple, por lo que se lo reivindica o se lo desprecia. No obstante, el placer no es un elemento del texto, no es un residuo inocente, no depende de una lógica del entendimiento y de la sensación, es una deriva, algo que es a la vez revolucionario y asocial y no puede ser asumido por ninguna colectividad, ninguna mentalidad, ningún idiolecto. ¿Algo neutro? Es evidente que el placer del texto es escandaloso no por inmoral sino porque es atópico".
-Roland Barthes, El placer del texto